El legado del Che (2018)

El paso del tiempo va cambiando las circunstancias sociales en las que se desenvuelven las personas, sobre todo en los grandes núcleos urbanos, y aunque las circunstancias políticas y económicas de fondo siempre sean las mismas (el capitalismo lleva ya varios siglos y su razón de ser y objetivo, ganar dinero, sigue inalterable), los usos, las costumbres, la manera de actuar, los hábitos, difieren incluso en pocos años. Pero también ese cambio social es relativo. Queda muy claro que la diferencia en el trato del tema sexual, por poner un ejemplo, es notoria antes y después de los años sesenta del siglo pasado, pero es una problemática que ha tenido, y seguirá teniendo, muchos vaivenes a lo largo de la historia de la humanidad. Porque los grandes interrogantes del ser humano, el amor, el paso del tiempo, la vejez, la muerte, el sentido de la vida, el crimen, son atemporales, y se seguirán tratando mientras estemos sobre el planeta. También estará siempre presente la rebelión contra un poder injusto.

Ernesto Guevara ha quedado en el inconsciente colectivo como uno de los símbolos máximos de la lucha contra la injusticia, un personaje histórico también atemporal, un mito. Situarlo en una época precisa, su época, y buscar entenderlo en su faceta de ser humano es una tarea difícil, y doblemente difícil desde estos comienzos del siglo XXI. ¿Cómo podemos entender al hombre comprometido desde la falta casi absoluta de compromiso? ¿Cómo podemos entender al guerrero desde una época de paz, aunque se trate de una paz mentirosa, de guerras en lugares lejanos, que son nuestras guerras, pero no nos interesan ni nos incumben? ¿Cómo podemos entender al ser social desde el individualismo extremo? Vayamos por partes.

El principio del camino

Argentina tenía en la década del treinta, cuando nació Guevara, el problema de ser demasiado rica, por eso vivió en un sobresalto continuo la primera mitad del siglo XX. La oligarquía ganadera, situada en la bonanza económica y en la tranquilidad, había acuñado la frase «Dios es argentino«, demasiado optimista dado que su condición era su problema: no se trataba de una oligarquía productiva sino rentista, razón por la cual aumentar la producción y considerar la explotación de sus campos como una empresa capitalista, una verdadera fábrica de carne, aparecía, a los ojos de esta clase privilegiada, como un esfuerzo innecesario. La burguesía industrial naciente, por su parte, carecía de una mentalidad de país, sólo le interesaban las ganancias. Era una burguesía en sí, sin espíritu capitalista. Por su parte, el nuevo proletariado que se había formado en esos años estaba desvinculado de los partidos, tanto de derecha como de izquierda, por la sencilla razón de que todos ellos se habían opuesto a Yrigoyen, el gran benefactor de las clases populares. Sólo los socialistas y los comunistas tenían cierto arraigo entre los trabajadores, pero casi limitado a Buenos Aires.

Diversos filósofos e historiadores han coincidido en un análisis: cuando las clases privilegiadas en los países dependientes (y Argentina lo había sido, y lo era en esa época, del Imperio británico) no pueden o no quieren hacerse con el poder, abren el camino a gobiernos bonapartistas. Esta clase de gobierno fue la tónica casi general de la Argentina del siglo XX.

El ejército, luego del yrigoyenismo, fue expurgado de oficiales que seguían esa corriente política. La nueva oficialidad detestaba al imperialismo británico, pues la crisis había puesto en evidencia la dependencia, de ahí parte la neutralidad cerrada del gobierno de Perón durante la Segunda Guerra Mundial, que llevó al Partido Comunista a repudiarlo por hitleriano, consideración a la que se sumaron los ganaderos y también los izquierdistas en general. No debemos dejar de lado un dato: los grupos de ultraderecha simpatizaron con el peronismo.

En 1943 Perón se hace con el mando del ejército y busca apoyo en los trabajadores sin organizar, agrupada una minoría de ellos en sindicatos poco representativos en manos de socialistas y comunistas. Para lograr su objetivo promueve desde el poder la creación de grandes entidades gremiales a las que se suman de inmediato ingentes masas de trabajadores provincianos y porteños, que obtienen derechos desconocidos hasta el momento. La oligarquía olió el peligro que encerraba la situación y con apoyo extranjero preparó el golpe que derribó a Perón. Los trabajadores, a su vez, también olieron el peligro y a través de huelgas y movilizaciones masivas devolvieron la situación al estado anterior.

Ganadas las elecciones, Perón buscó un acercamiento al Partido Comunista que fue rechazado por las consideraciones ya señaladas. El gobierno que se constituyó era un verdadero Frente Nacional con adherentes de diversas clases sociales y pensamientos políticos. En realidad, el partido de Perón era el ejército. Surge entonces una pregunta lógica: ¿por qué apoyaron los trabajadores un gobierno así? Engels nos da la respuesta: «Mientras un régimen de producción se desarrolla en sentido ascensional cuenta incluso con la adhesión y el homenaje entusiasta de aquellos que salen menos favorecidos de su régimen de distribución. Basta recordar el entusiasmo de los obreros ingleses al aparecer la gran industria. Y cuando este régimen de producción se consolida, pasa a ser un régimen normal que sigue despertando el apoyo del obrero por su forma de distribuir. Y si alguna voz de protesta se alza, sale de las filas de la clase dominante, sin encontrar apenas eco, de momento, en la masa explotada». Una de esas voces sería la de Ernesto Guevara.

Durante la última etapa de la primera presidencia de Perón (1946-1952), Ernesto, hijo de Ernesto Guevara Lynch y Celia de la Serna, ambos pertenecientes a familias de clase alta argentinas, era un adolescente que estudiaba medicina y jugaba al rugby, el deporte de los jóvenes de su clase social en aquellos tiempos. Publicaba además una revista sobre el juego que le apasionaba (Tackle) en la que escribía artículos con el seudónimo de Chang Cho, en alusión a su apodo, el Chancho. El joven Guevara vivía en un gran desacomodo social en aquella época. Sus amigos y compañeros de estudio lo criticaban por la forma de vestir y comportarse, de ahí su apodo. La relación amorosa de dos años con una joven perteneciente a una de las familias más ricas de Córdoba acabó en ruptura por la cerrada oposición de los padres de ella, superados por la personalidad del pretendiente. Era un outsider entre sus iguales. Las lecturas y los cuadernos filosóficos que escribía sin descanso, en los que fue demostrando un interés creciente en la filosofía social, en especial Marx, constituían la conexión con un mundo exterior que comenzaba a llamarlo. En 1952 respondió a esa llamada partiendo en su primer viaje por América Latina con su amigo Alberto Granado. En el trayecto, como un personaje de Faulkner, comenzó a cambiar. Los marginados, los enfermos, las víctimas sociales, los exiliados políticos, ya no surgían de las lecturas de un muchacho de clase media alta, estaban ahí en todo su horror, eran reales.

La visita al Perú fue fundamental en ese cambio personal y en su pensamiento en general. Allí conoció al doctor Hugo Pesce, conocido especialista en el tratamiento de la lepra, discípulo de José Carlos Mariátegui en política y dirigente del Partido Comunista peruano, con quien mantuvo largas charlas. El resultado de las mismas quedó plasmado en su visita, días después de haberse despedido de Pesce, al leprosario de San Pablo, a orillas del Amazonas. La última noche de estadía sus colegas le organizaron una fiesta. Sus palabras de agradecimiento marcaron un final y un comienzo: “Creemos, y después de este viaje más firmemente, que la división de América en nacionalidades inciertas e ilusorias es completamente ficticia. Constituimos una sola raza mestiza, que desde México hasta el Estrecho de Magallanes presenta notables similitudes etnográficas. Por eso, tratando de quitarme toda carga de provincianismo exiguo, brindo por Perú y América unida”.

De esta forma no sólo entraba en el discurso político de manera abierta, sino que empezaba a decantarse por cierto discurso. El uruguayo Rodney Arismendi, destacado líder político del stalinismo americano, sostenía que “la unidad latinoamericana existe por el principal enemigo, el imperio estadounidense” y se pronunciaba “contra las utopías pequeño burguesas que parlotean acerca de una unidad o confederación latinoamericana”. Recordemos que la unidad latinoamericana la reivindicaban los trostkistas (Trotski había apoyado en México la vieja idea de los Estados Unidos de América del Sur),  siempre acusados de pequeño burgueses.

Al regresar a Buenos Aires Guevara escribe refiriéndose a sus apuntes de viaje: “El personaje que escribió estas notas murió al pisar suelo argentino. El que ordena y pule, “yo”, no soy yo; por lo menos no soy el mismo yo interior. Este vagar sin rumbo por nuestra “Mayúscula América” me ha cambiado más de lo que creí”.

Enseguida el segundo viaje. Un tiempo difícil en Guatemala y luego a México, donde se produce, al decir de Borges, ese momento central de una vida para el que se vive: su encuentro con Fidel Castro. Esa noche de julio de 1955, llegó a la cita como Ernesto Guevara y horas después salía convertido en el Che.

El mundo tal cual es (y era)

«Los Estados Unidos –amos del mundo- identificaban la inestabilidad del llamado tercer mundo con el peligro del comunismo soviético y por esa razón trataron de combatirla por todos los medios, desde la ayuda económica y la propaganda ideológica hasta la subversión militar oficial o extraoficial y la guerra abierta, en alianza con un régimen local, amigo o comprado, o sin apoyo local. Estas guerras y conflictos causaron en ese tercer mundo, entre 1945 y 1983, entre diecinueve y veinte millones de muertos». (1)

En aquella época el «gigante del norte»usufructuaba el 54% de la riqueza que generaba el planeta contando con un 9% de la población mundial. Europa, por su parte, vivía la situación económica más boyante de su historia, que acabaría en la década de los ochenta. Muchos estudiosos sostienen que, en esos años, la “ayuda” que daba el Occidente “feliz” al tercer mundo retornaba multiplicada por veinticinco. La felicidad de unos era la desgracia de otros.

Una mirada a los sucesos más relevantes de la década de los sesenta permite resumir lo anterior. Entre 1960 y 1965 surge el movimiento hippie; asesinan a Lumumba, líder de la revolución en el Congo; fracasa la invasión norteamericana a Cuba; es construido el Muro de Berlín; ejecutan en Repúbica Dominicana al dictador Trujillo, que gobernaba el país desde 1930; la crisis de los misiles en Cuba pone al mundo al borde de la guerra nuclear; finaliza la guerra de Argelia, en la que los franceses pusieron de moda el viejo método de la tortura; Nelson Mandela es encarcelado; asesinan a Kennedy en Dallas; Martin Luther King marcha sobre Washington; se inicia el conflicto armado en Colombia; se retoma la guerra en Vietnam; asesinan a Malcolm X; los militares toman el poder en Brasil y en China se lleva a cabo la Revolución Cultural. Y desde 1965 a 1970 comienza el gobierno militar conocido como Revolución Argentina; Israel declara la Guerra de los 6 días a los países árabes; los estudiantes franceses protagonizan el Mayo francés; la Junta Militar toma el poder en Grecia; asesinan a Martin Luther King y Gadafi encabeza la rebelión en Libia.

En ese mundo en guerra, bárbaro, violento, despiadado, donde la lucha por cualquier derecho ponía a la persona en riesgo de muerte, es donde debemos situar la aparición de los movimientos de liberación armados. Hacerlo desde la “pureza” de unos lugares supuestamente pacíficos como tenemos hoy, es casi una burla macabra.

Durante el 67 asesinan al Che en Bolivia, en el 73 un golpe militar acaba con el gobierno de Allende en Chile y otro liquida los cien años de democracia de Uruguay. La llamada Operación Cóndor, llevada a cabo en Argentina, Chile y Uruguay, termina el trabajo cortando la enorme cabeza del enano raquítico con el que se caricaturizaba a América Latina. Profesionales, intelectuales, sindicalistas, artistas, son detenidos, eliminados u obligados a exiliarse.

El sueño de avanzar hacia sociedades más justas acaba, en ese rincón del planeta, en un fracaso estrepitoso, del que todavía se sienten los efectos. Es cierto que el enemigo exterior era demasiado fuerte, pero, seamos justos, lo que se le oponía carecía por completo de posibilidades. La URSS, el stalinismo, escogió la revolución en un solo país (¿hubiera podido, con su atraso, decantarse por un fuerte movimiento revolucionario internacional?), para cuya consolidación utilizó a todos los partidos comunistas del planeta, que terminaron renunciando a sus propias revoluciones para consolidar la que serviría, cuando se dieran las condiciones, de faro. “Cuando el liderazgo soviético del movimiento comunista internacional fue amenazado por China en los años sesenta, por no mencionar a disidentes marxistas que lo hacían en nombre de la revolución, los partidarios de Moscú en el tercer mundo mantuvieron su opción política de moderación. El enemigo en esos países no era el capitalismo, si es que existía, sino los intereses precapitalistas locales y el imperialismo de Estados Unidos que los apoyaba. La forma de avanzar no era la lucha armada, sino la creación de un amplio frente popular o nacional en alianza con la burguesía y la pequeña burguesía “nacionales”. En resumen, la línea de Moscú en el tercer mundo seguía la línea marcada por el Comintern en 1930, pese a todas las denuncias de traición a la causa de la Revolución de Octubre. Esta estrategia, que enfurecía a quienes preferían la lucha armada, pareció tener éxito en Brasil y Chile, pero cuando el proceso llegó a cierto punto fue interrumpido, lo que no resulta sorprendente, por golpes militares seguido por etapas de terror”.(2)

Las políticas que eligió la URSS la llevaban directamente al capitalismo (muchos ya lo dijeron en los últimos ochenta años). La guerrilla, el foco, el foquismo, un pequeño grupo que se instala en la sierra o en la ciudad y con su esfuerzo va captando nuevos miembros y concienciando a la población, tenía nulas posibilidades, a menos que la situación del país fuera la de Cuba en 1958, con un gobierno sin apoyos que se venía abajo y el factor sorpresa, lo que permitió a 300 guerrilleros derrotar a un ejército de 30 mil soldados.

 

Finiquitada la revolución social, ¿qué quedaba? Keynes había sido olvidado, la crisis comenzaba a enquistarse en Europa y Estados Unidos y las “soluciones” quedaban en manos de gente como los economistas de Chicago y Margaret Thatcher, que traían bajo el brazo el capitalismo rancio de entre guerras, sobre el que Max Weber había escrito: “El hombre queda referido a ganar dinero como el objetivo de su vida, en lugar de quedar la ganancia referida a un simple medio para que el hombre pueda satisfacer sus necesidades materiales. Esta inversión de lo que llamaríamos la situación “natural” es el leit motiv del capitalismo, que resulta tan extraño a los seres humanos no alcanzados por su hálito”.

El resultado de ese ganar dinero como meta de la vida nos lleva a la situación actual: un 1% de la población mundial tiene más recursos materiales que la mitad de esa población. No quisiera entrar en detalles relativos al hambre, la miseria, la pobreza o la gente que duerme en la calle o bajo los puentes, para ello tenemos las páginas de las ONGs y demás.

La mayoría de quienes opinan sobre la sociedad actual se quejan del excesivo individualismo y, peor aún, de personas que viven en un continuo presente, sin interés en el pasado. «Una sociedad constituida por un conjunto de individuos egocéntricos desconectados entre sí y que persiguen tan sólo su propia gratificación, ya se le denomine beneficio, placer o lo que sea, estuvo siempre implícita en la teoría de la economía capitalista. Desde la era de las revoluciones, observadores de distinta ideología enumeraron la desintegración de los vínculos vigentes (…) «(Sin embargo), en la práctica, la nueva sociedad no ha destruido por completo toda la herencia del pasado, sino que la ha adaptado de forma selectiva. No puede verse un enigma sociológico en el hecho de que la sociedad burguesa aspirara a introducir un individualismo radical en la economía y a poner fin para conseguirlo a todas las relaciones tradicionales (cuando fuera necesario), y que al mismo tiempo temiera el individualismo experimental radical en la cultura (o en el ámbito del comportamiento y la moralidad). La forma más eficaz de construir una economía industrial basada en la empresa privada era utilizar conceptos que nada tenían que ver con el libre mercado, por ejemplo la ética protestante, la renuncia a la gratificación inmediata, la ética del trabajo arduo y las obligaciones para con la familia y la confianza en la misma, pero desde luego, no el de la rebelión del individuo».(3)

El tema del individualismo es bastante complejo y está sujeto a interpretaciones. Arístoteles consideraba al ser humano un animal político (zoonpoliticon), o sea, un animal ciudadano, un animal cívico, social, lo que significa para él que la virtud, la justicia y la felicidad sólo pueden alcanzarse socialmente en relación con los demás, en la ciudad, en la polis, políticamente. Tomando el mito de Robinson Crusoe, el hombre solo, perdido en una isla lejana, separado de los demás, Marx criticaba esa idea de la influencia nula de la sociedad en el mito: «El hombre es un zoon politikon, no sólo un animal social, sino un animal que sólo en la sociedad se puede aislar». Wittgenstein abundaba en el asunto: «La producción de un individuo aislado fuera de la sociedad es tan absurda como el desarrollo de una lengua que no tenga individuos que vivan juntos y hablen entre ellos».

Robinson Crusoe, solo en la isla, lee la Biblia y se dispone a dominar su reino y asegurar sus posesiones. Joyce opinó de la obra de Defoe, en 1912: «Es la profecía del imperio, el verdadero símbolo de la conquista británica, y Robinson Crusoe el prototipo del colonizador británico».

Podemos concluir entonces que el individualismo es un efecto de la sociedad y no su condición. Aparece, en su aspecto más negativo, cuando la economía renuncia a ser social.

Los políticos, la prensa, los tertulianos de las radios, justifican esta anomalía con un concepto político que han convertido en algo mágico y les sirve de coartada: democracia. Quienes vivimos en países democráticos (aunque nuestra situación sea la de individuos aislados) tenemos todos los mismos derechos, todos somos iguales ante la ley y nuestros «representantes» generan leyes para asegurar esa igualdad. Pero la maravilla choca con la realidad, porque está asentada en, y muchas veces dominada por, un sistema económico que no tiene nada de igualitario, por el contrario, en nuestros días la división entre quienes tienen y quienes no tienen, entre quienes viven bien y quienes subsisten, es escandalosa. ¿Son iguales ante la ley los ricos y los pobres? ¿Son iguales ante la ley los políticos y sus representados, los ciudadanos? ¿Se hacen las leyes pensando en el bienestar general o en los intereses particulares? Las respuestas son obvias.

La democracia, además, garantiza la paz, como escuchamos decir cuando hay desórdenes en cualquier lugar del planeta. Un revolucionario escribía hace noventa años: “¿Alguna vez hemos creído que la democracia es un régimen de paz social? ¿Es que acaso Kerensky no masacró a los campesinos y obreros en los meses de luna de miel de la revolución democrática? ¿Es que los franceses no han utilizado la fuerza armada contra los huelguistas antes y después de la guerra? ¿Acaso la historia de la dominación del partido republicano y el partido demócrata de los EEUU no es también la historia de las represiones sangrientas contra los huelguistas?”(4) Es curioso que, a este último país, agresor, represor, que utilizó (y legalizó) la tortura y donde todavía es legal la pena de muerte, se le considere la gran democracia de Occidente y se le ponga de ejemplo.

¿Cuál es el gran enemigo de la democracia? El comunismo está de capa caída, aunque aparezca en cada campaña electoral, y el terror golpea de vez en cuando, llena los telediarios y luego se olvida; queda el fascismo. La visión imperante sobre este movimiento político está totalmente distorsionada. Llamando fascista a todo aquel que golpea, que agrede, vaciamos el concepto de contenido, obviamos, como hacemos con tantas cosas, su verdadera esencia. Habría que aclarar que quien pega y agrede puede ser un bruto, un abusador, una bestia muchas veces, pero sin que tenga nada que ver con los movimientos políticos que se desarrollaron en Alemania e Italia a principios del siglo pasado. El fascismo, para empezar, es una distorsión del capitalismo, el lado oscuro de la democracia. “En Italia el movimiento fascista fue un movimiento espontáneo de amplias masas, con nuevos líderes desde sus bases (…) Primo de Rivera era un aristócrata. Poseía un alto grado militar y un puesto administrativo importante (Gobernador de Barcelona). Realizó su movimiento con la ayuda de fuerzas estatales y militares. Las dictaduras en España y en Italia son dos formas dictatoriales totalmente diferentes. Mussolini tuvo dificultad para conciliar muchas viejas instituciones militares con la milicia fascista. Este problema no existió para Primo de Rivera. El movimiento de Alemania tiene más analogía con el italiano. Es un movimiento de masas, con líderes que utilizan mucha demagogia socialista. Y esto es necesario para la creación del movimiento de masas”.(5)

¿No será por eso que en España no existen movimientos fuertes de ultraderecha? ¿Están los movimientos de ultraderecha en España ya instalados por tradición en los partidos conservadores?

El fascismo, o aquello que llamamos fascismo por el carácter peyorativo del término, no se caracteriza por los golpes y las agresiones, sino por razones mucho más sutiles. ¿Cuándo tenemos instalado el fascismo en un gobierno, que es lo que en realidad interesa?: “Después de la victoria del fascismo, el capital financiero reúne en sus manos –como en una garra de acero- directa e indirectamente todos los órganos e instituciones de la soberanía, el poder ejecutivo, administrativo y judicial del Estado, el ejército, las universidades, la prensa, los sindicatos y las cooperativas”.(6)

Algunos pensadores han sostenido que cuando la democracia pasa por una buena etapa acude a la socialdemocracia, y cuando las cosas van mal echa mano del fascismo. El fascismo, como hemos dicho antes, sería entonces el lado oscuro de la democracia. La historia comparativa podría ser un excelente ejercicio para muchos “demócratas”.

El desconocimiento general sobre las cuestiones históricas, sociales y políticas, pone en duda el nivel de la cultura occidental. Las clases populares están alienadas por la cultura de masas (dedicada a ganar dinero), la enseñanza primaria y secundaria son de baja calidad y la universidad ya no genera intelectuales sino empleados para las empresas o directamente desempleados. Claro que hasta aquí no sólo hemos llegado por culpa de una serie de poderes malignos. Un político estadounidense respondió, en una oportunidad, a un representante de otro país que lo llamaba amigo: «Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses«. Una respuesta coherente. Los países, las compañías, los mercaderes, no se mueven por criterios humanísticos, sino por intereses.

El deterioro

Las revoluciones latinoamericanas influenciaron de manera importante el pensamiento europeo. Esa influencia, no obstante, no podía ser decisiva en un continente que estaba viviendo su edad de oro dentro de la democracia capitalista. El Mayo francés de 1968 es el mejor ejemplo. Un grupo de estudiantes izquierdistas, descontentos con la sociedad de consumo, comenzó las movilizaciones, a las que se unieron enseguida los trabajadores, que estaban pasando cierta crisis luego de años de bonanza, y el Partido Comunista. La revuelta creció tanto que llevó a la huelga general, la más grande de la historia de Francia, y puso en serias dificultades al gobierno del presidente De Gaulle, temeroso de estar ante una insurrección de carácter revolucionario. Los revoltosos, sin embargo, no se planteaban tomar el poder o rebelarse contra el Estado, ni siquiera el Partido Comunista. Tal es así que todo acabó cuando De Gaulle anunció elecciones generales.

Mirado a la distancia, pueden sacarse muchas conclusiones del Mayo francés. No olvidemos la gravedad de los hechos históricos ocurridos durante los ocho años anteriores: la guerra de Argelia con todas sus consecuencias, el asesinato de Kennedy que conmovió al mundo, la guerra de Vietnam. Era lógico que Francia, país central en el mundo, se sacudiera. Aunque no pasó de eso, una sacudida. Mayo francés fue la primera gran revuelta del siglo XX que careció de ideología. Luego, en los años posteriores, escribas imaginativos compararon la revuelta con las del tercer mundo y fabricaron leyendas.

La clase trabajadora participó con una consigna que daba cuenta de la decadencia: Por un cambio político de progreso social y democracia. Tan tremenda consigna podía ser compartida por cualquier movimiento de derecha en el futuro. La derrota total vendría con el Eurocomunismo, cuando la «izquierda y el progresismo» (lo único que quedaba) aceptaron retozar en el campo del neoliberalismo que, en su soledad, terminó imponiendo políticas de privatización sistemáticas y de capitalismo de libre mercado -tanto si eran adecuadas a sus problemas económicos o no- a países demasiado débiles para llevarle la contraria.

«La rebelión de los estudiantes europeos fue más una revolución cultural, un rechazo a todo aquello que en la sociedad representaban los valores de la «clase media» de sus padres».(7) Y hay quien va más allá: «Los acontecimientos de París de 1968 fueron un teatro callejero o un psicodrama».(8)

Abundaron entre los estudiantes, eso sí, las consignas, tan «peligrosas» como la de los trabajadores: Prohibido prohibir; Pide lo imposible; Suéltate el pelo; Haz lo que quieras. Y las frases que pretendían ser ingeniosas: Cuando pienso en la revolución, me entran ganas de hacer el amor.

«Lo importante no era lo que se podía conseguir con los actos, sino el acto en sí mismo y cómo se sentían al consumarlo. La liberación social y personal iban de la mano y las formas más evidentes de romper con las ataduras del poder, las leyes y normas del Estado, de los padres y vecinos eran el sexo y la droga. Resulta significativo que el rechazo a las normas no se hiciese en nombre de otras pautas de ordenación social, sino en nombre de la ilimitada autonomía del deseo individual, con lo que se partía de la premisa de un individualismo egocéntrico llevado al límite».(9)

Mayo del 68 estaba relacionado directamente con el movimiento hippie, cuya rama cultural era la Beat Generation. «La idea básica de este movimiento es despojarse de cualquier atributo que pueda ser identificado con las formas convencionales de la sociedad. Se trata de una nueva identidad social -alejada del concepto de clase- que se manifiesta en el modo de vestir, en la relación con el dinero y el trabajo, en la defensa de la marginalidad, en el desplazamiento continuo».(10)

Agreguemos la tecnología avanzada (móviles e internet) a este panorama y tendremos una descripción bastante precisa de los jóvenes de los primeros quince años del siglo XXI. “La revolución cultural de fines del siglo XX debe entenderse como el triunfo del individuo sobre la sociedad”.(11) De aquellos vientos vienen estos lodos.

Así llegamos hasta aquí, y ahora, ¿cómo funcionamos?

El siglo anterior enfrentaba dos concepciones, dos maneras de mirar la vida: capitalismo y socialismo. Dentro de estas dos dinámicas se trataban todos los temas de la sociedad, que respondían a un funcionamiento global. La división izquierda derecha tenía sentido, era una forma de simplificar la gran dicotomía. En nuestros días, al no existir una perspectiva real de cambio del sistema capitalista en lo económico, “izquierdistas y progresistas” están dedicados a mejorarlo en ciertos terrenos: la situación de la mujer, del homosexual, del excluido por su raza o su origen, del marginado, del desplazado, del refugiado. “La política postmoderna se caracteriza por una pluralidad de políticas de identidad que luchan por una causa cada una por separado. Esta lucha puede plantearse en términos religiosos, ecológicos o de derechos humanos, o contra el sexismo y el racismo. Pero la elección entre ellas y la lucha de clases es una alternativa falsa, ya que esta última está implícita en todas las demás, dado que las clases son el principio estructural de la totalidad social en el capitalismo, el cual, a su vez, va más allá de lo económico. La política postmoderna de subjetividades múltiples y aisladas, que se limita a problemas parciales, no cuestiona al capitalismo, sino que acepta sus reglas sin denunciar su responsabilidad en los desequilibrios de las relaciones económicas que se dan en él y, de esta manera, lo “naturaliza” como el único sistema económico viable”.(12)

No quisiera cerrar el tema sin tocar otro aspecto importante que se soslaya, y yo mismo he dejado de lado antes. La situación de decadencia en la cultura, la enseñanza, la universidad, la alienación de las clases populares, no es igual en toda Europa, aunque cuando hablamos del continente nos referimos a él como un conjunto homogéneo de países. Nada más alejado de la realidad. Las clases sociales no se detienen en las fronteras de cada país, las trascienden, especialmente en un mundo globalizado. A mediados del siglo pasado se acuñó la idea de la “aristocracia obrera”. ¿Qué quería decir? Llevado a la actualidad, que un obrero de la construcción noruego, comparado con su similar español, es un burgués, y comparado con su similar africano, un aristócrata. Pero la división mundial del trabajo ha sido abandonada como idea, incluso por los más radicales.

En las últimas campañas electorales en España -donde escribo- todos los candidatos trataron los problemas del país como si se hubiera vuelto al estado nacional, sin tener en cuenta la Unión Europea y el mundo globalizado. Ninguno mencionó, por supuesto al tercer mundo (salvo Venezuela, claro está) o a la cultura. Quizás analizando la historia y las cifras (España tiene 18% de paro general, 50% de paro juvenil, los salarios son muy bajos y el empleo precario predomina, las universidades según la CEOE están en el puesto 170 en el mundo en calidad, etc.) hubieran llegado a la conclusión de que Europa tiene países de primera (Alemania, Francia, Inglaterra, los Países Bajos, Suiza, los países escandinavos); de segunda (los llamados pigs (cerdos) durante la crisis del 2008(Portugal, Italia, Grecia y España)) y de tercera (Albania, Rumania, los países de la ex URSS y una larga lista).

¿Es posible una unión solamente económica entre ellos (UE) cuando tienen economías tan diferentes? ¿Es viable una moneda única cuando la única salida para los países más débiles es la devaluación? ¿Pueden países en dificultades económicas pagar su abultada deuda sin hacer sufrir a la ciudadanía?

De momento queda la despensa, los países latinoamericanos, África y los países árabes para seguir buscando recursos, pero la situación se complica. América Latina tuvo una serie de gobiernos “progresistas” fallidos, pero como enseña la historia, volverán. El tercer mundo despertará y ya me dirán cómo van a ser detenidos los cambios por un imperio caduco y un continente en decadencia.

Las tensiones generadas por los problemas económicos socavaron los sistemas políticos de la democracia liberal, parlamentarios o presidencialistas, que tan bien habían funcionado en los países capitalistas desarrollados después de la segunda guerra mundial. Pero también los socavaron en el tercer mundo. Las mismas unidades políticas fundamentales, los “estados nación” territoriales, soberanos e independientes, incluso los más antiguos y estables, resultaron desgarrados por las fuerzas de la economía supranacional o transnacional y por las fuerzas infranacionales de las regiones y grupos étnicos secesionistas. Algunos de ellos –tal es la ironía de la historia- reclamaron la condición –ya obsoleta e irreal- de “estados nación” soberanos en miniatura».(13)

Las grandes demostraciones europeas de los últimos tiempos siguen careciendo de una ideología o de cualquier razón política y, para peor, están generadas por razones atávicas: nacionalismo, religión, contra la inmigración y los refugiados. Más allá de la identidad del grupo que se manifiesta, importa señalar al diferente. Y es bastante común encontrar en ellas antiguos simpatizantes del Partido Comunista y de la llamada izquierda radical.

Tenemos individuos egocéntricos desconectados entre sí viviendo de espaldas al pasado y persiguiendo su propia gratificación, corrupción política, ganar dinero como único objetivo, nivel cultural bajo, clases populares alienadas por la cultura de masas, una juventud sin esperanzas, totalmente desmoralizada, falta de ideología, de filosofía de vida; hambre, miseria, pobreza, gente tirada en la calle. Es en esta situación, tomada de forma global (una consecuencia del neoliberalismo), donde debería incidir el discurso de la supuesta izquierda.

El legado

Me doy cuenta de que ha madurado en mí algo que hacía tiempo crecía dentro del bullicio ciudadano: el odio a la civilización, a la burda imagen de gente moviéndose como locos al compás de ese ruido tremendo”, escribe Guevara en sus notas en 1952, un tiempo antes de emprender su primer viaje por América Latina.

El médico de clase acomodada necesita romper con su medio, dar paso al aventurero. Y en la aventura su personalidad va cambiando. Descubre América Latina en todo su esplendor y sus miserias, y dentro de ese descubrimiento se prueba a sí mismo. El cruce a nado del río Amazonas, entre pirañas y caimanes, es un buen ejemplo. También la estadía en Guatemala tratando de sobrevivir sin trabajo estable ni perspectivas. Parece una forma de dar el paso siguiente, del aventurero al escritor y al político. Espera, está claro, ese momento que determinará su futuro, y que llega en su encuentro con Fidel Castro. Ahí está la clave de su vida, ahí nace el guerrillero, el Che.

El inicio en la guerrilla no podía haber sido peor. El desembarco fracasa y Guevara, herido, siente que ha llegado su hora. Enfrentado a ese momento supremo, a su mente viene un cuento de Jack London, Build a fire, situado en el Yukon. No es curioso, dada su personalidad, que en ese relato estén presentes la exigencia extrema y la soledad, que serán una constante en su experiencia en la guerrilla. Pero no lo recuerda por eso, sino por la parte final, en la que el protagonista se plantea, perdida toda esperanza, morir con dignidad. Porque la lectura no era para Guevara una manera de aprender teorías o de pasar el tiempo, era un modelo ético, como en los viejos tiempos lo fuera para quienes leían la enseñanza religiosa. Vivir con dignidad, enseñan los relatos clásicos; pero quien vive con dignidad debe estar a la altura en el momento de la muerte. Y Guevara cumplió con la idea en todas las etapas de su vida, incluso llevándola al sacrificio personal: “El guerrillero como elemento consciente de la vanguardia popular debe tener una conducta moral que lo acredite como verdadero sacerdote de la reforma que pretende. A la austeridad obligada por las difíciles condiciones de la guerra debe sumar la austeridad nacida de un rígido autocontrol que impida un solo exceso, un solo desliz, en ocasión de que pudieran permitirlo las circunstancias”, escribe en La guerra de guerrillas. Esa ética, modelo de la guerrilla, le acerca al cristianismo primitivo.

El foquismo (como lo llamó Debray elevándolo a categoría de “teoría política”) estaba, como era lógico, condenado al fracaso.  Y ese fracaso dejó una estela de dolor a su paso. Las culpas, hasta hoy, recaen sobre Guevara, pero habría que matizar sobre este punto. Esas críticas negativas han sido vertidas, y aún lo son, sobre todo por parte de oportunistas, o personajes que siguieron la estela de la guerrilla, o la justificaron de forma activa o pasiva, y luego ocuparon cargos públicos, recibieron algún premio o se acomodaron en el sistema que antes combatían. En descargo de Guevara queda su muy ignorado discurso de 1961 en la Universidad de Montevideo, mediante el cual avisaba a quienes pretendían seguir su ejemplo que debía acudirse a las armas sólo en casos extremos, y que en el caso de Uruguay, país con una democracia antigua y sólida, era mejor descartar tal circunstancia.

¿Por qué no se le escuchó? Porque los movimientos guerrilleros rioplatenses carecían, como grupos, de una ideología concreta, y en el aspecto político no pasaban del nacionalismo como solución.  Y, en su mayor parte (las FARC y Sendero Luminoso fueron una cierta excepción), los grupos guerrilleros eran cuerpos de élite casi suicidas, reclutados sus miembros en su inmensa mayoría de las clases medias intelectualizadas, que habían abandonado el trabajo político con las masas sustituyéndolo por el ejemplo directo, razón de su nulo contacto con las clases populares.

Cuando aparecen las guerrillas rioplatenses ya estaba claro que el triunfo revolucionario de la guerrilla cubana había sido posible no por el enorme sacrificio de sus combatientes ni por su ejemplo moral sobre la  población y sobre la izquierda, sino porque el gobierno de Batista estaba acabado y basta decir que grandes e importantes sectores dentro de los EEUU, su gran valedor, apoyaban la revolución, a la que consideraban una necesaria etapa casi quijotesca antes de retomar su dominio. Fue la gran capacidad política de Fidel Castro la que permitió la consolidación revolucionaria. Por lo tanto, también debía saberse que no se volvería a sorprender a un enemigo poderoso y ahora en guardia, que el Partido Comunista y sus militantes no participarían en la “aventura” y que no existía apoyo alguno de la URSS (que incluso vendía armas a los países que combatían la guerrilla). Por si fuera poco, el consejo del Che de no llegar a las armas.

El legado del Che, no obstante y hechos los descargos, no está basado en lo que agrega en el terreno político y militar como estratega, que es poco, sino en lo que significa su figura como ejemplo personal para cualquiera que tenga un objetivo vital. No en vano movimientos de distinta índole pasearon su imagen por las calles de diferentes partes del mundo. Es importante recordar que estamos ante un médico descendiente de una familia rica, con una perspectiva de vida regalada en su micromundo. A él, no obstante, le importaba el mundo entero y hacia allí salió para encontrar a los desheredados, a los necesitados. Podría haberse limitado a asistirlos y cuidarlos desde su oficio de médico. Quiso reivindicarlos y a ello dedicó su corta vida. Por si fuera poco, desde joven huyó de cualquier atributo que pudiera identificarlo con las formas convencionales de la sociedad: vestía de cualquier manera, no le interesaba el dinero, soñaba con vivir como un nómada. Ya en la guerrilla, sólo su nombre de guerra, Che, revela su origen, por lo demás, es un internacionalista, el extranjero eterno, cuyo lugar en el mundo es aquel por dónde anda. Cuando debe encarar la función pública su figura crece, y mucho si juzgamos su actuación con los parámetros actuales.  El gobierno lo nombra, curiosamente dicen algunos, pero yo no estoy tan seguro, Director del Banco Nacional de Cuba. Su escaso interés por el dinero, del que hablábamos, es extraño para alguien nacido en cuna de oro. Con tal de que me alcance para mis necesidades mínimas y para libros, está bien, dijo en más de una ocasión. Y para no generar dudas rechaza su salario de más de mil pesos como Director conformándose con los doscientos como Comandante y firma los billetes de banco, desde su función directiva, con su nombre de guerra, Che, lo que trae no pocos dolores de cabeza al gobierno. La cosa no queda aquí. Cuando sale al extranjero en misión diplomática prohíbe a sus subordinados concurrir a clubes nocturnos o a cualquier otro lugar similar, y en cuanto a gastos, no permite ninguno que no esté relacionado con la misión. En ocasión de una visita de sus padres a Cuba, puso a su disposición un coche diplomático, pero dejándoles claro que la gasolina o cualquier otro gasto corría a cuenta de ellos. Nunca se aprovechó de ninguna forma de sus relevantes cargos públicos.

Como síntesis, podemos decir que Guevara no propone nunca nada que no pueda hacer él mismo, no es un burócrata, no manda a hacer a los demás lo que él sostiene. Esta es una diferencia esencial, la diferencia que lo ha convertido en lo que es. El que paga con su vida la fidelidad a lo que piensa”.(14)

El triunfo de la revolución cubana pasa a ser un arma de doble filo en su vida. Como un héroe clásico, Guevara entiende mal el mensaje de los dioses, extremo que lo conduce a la tragedia. Trasladar la guerrilla a otras partes de América Latina parecía (y parece a la distancia) un suicidio. ¿Fue El Che a inmolarse a Bolivia? Podemos seguir discutiendo sobre el tema, y de seguro se discutirá, porque es una parte importante de la historia, y porque Guevara estará siempre presente, como leyenda y mito, en cualquier revolución pendiente.

 

Bibliografía

1-2-3-7-9-11-13     Eric Hobsbawn Historia del sigloXX

4-5-6    Trotski El fascismo

10-14   Ricardo Piglia Crítica y ficción

12    Slavoj Zizek  Postmodernism or class? Yes, please