Las Olimpíadas (2012)

Han terminado las Olimpíadas y la gente vuelve a su vida normal. Atrás quedan las hazañas, los records y, sobre todo, los 15 días de histeria permanente que han vivido los radioescuchas y televidentes de España. Cualquier disciplina, en especial aquellas a las que no se presta ninguna atención durante los cuatro años entre olimpíadas -la mayoría de las medallas españolas fueron logradas en esas disciplinas-, eran difundidas como si a quienes transmitían les fuera la vida en el empeño.

Resultaba cómico escuchar a neófitos totales en taekwondo, descenso de aguas bravas en canoa, windsurf, tratar de explicarnos lo que pasaba sin entenderlo muy bien ellos, mientras se desgañitaban en el aliento a los participantes españoles. Tuvimos que soportar, quienes no estamos de acuerdo con estas manifestaciones exacerbadas, la xenofobia, el chovinismo y el nacionalismo barato. Se llegó, en este sentido a comentarios tales como: “pásame sólo los nombres de los participantes españoles, los otros no interesan”, “qué se cree el chino este”, “de dónde salen estos ahora”, y a desear, durante las transmisiones, la desgracia de los/las atletas rivales mientras se recordaba que los/las españoles/as tenían madre, padre, amigos y paisanos que estaban sufriendo. Y resultó, de paso, patético confirmar el pésimo nivel en el dominio de idiomas que tienen los periodistas deportivos españoles.

¿Qué fin se busca con esta afirmación nacional a través del deporte en tiempos económicos desastrosos? Quede la pregunta para que cada uno la responda.

Los periodistas a los que me refiero volvieron a casa eufóricos. La participación española, si no había sido un éxito total, podía calificarse de muy positiva.

España concurrió a Londres con una de las delegaciones más numerosas: 283 atletas compitiendo en 23 disciplinas. Estaba, por tanto, entre las diez más importantes en número. Terminó situada en el puesto 21º, lo que no parece muy brillante, sobre todo porque fue superada (por mucho) por los principales países europeos (incluida Italia) y por “potencias” como Hungría, Kazajstan, Ucrania, Cuba e Irán. Si se tiene en cuenta, además, que las tres competiciones más importantes de estos juegos olímpicos son el atletismo, la natación y la gimnasia, podemos concluir que obtener dos medallas en natación y dos en natación sincronizada –ninguna de ellas de oro-, cero en atletismo y cero en gimnasia no es un gran logro.

El baloncesto o basketball es tema aparte. No hay ninguna duda que España es, hoy por hoy, una potencia en este deporte. Pero la medalla de plata se consigue porque el equipo se deja vencer claramente por Brasil para evitar a Estados Unidos en la semifinal. Este tema no tendría mayor importancia si no fuera porque en España se hace del deporte una cuestión moral: los deportistas deben ser ejemplo, sobre todo para los jóvenes, se dice. Nunca compartí este criterio, los deportistas no tienen que ser ejemplo de nada, sólo buenos deportistas.

Los moralistas, sin embargo, se rasgan las vestiduras cuando alguien pierde un partido a cambio de dinero, y no les importa, incluso muchos aconsejan, que se juegue para perder si con eso se consigue mejor medalla. Un maravilloso ejemplo para la juventud. Lo que se olvidan de decir, y quizá ese sea el meollo del asunto, es que la calidad del metal cobra importancia cuando se busca con ello hacer olvidar a la gente la cruda realidad económica y social que está viviendo.

Mención aparte merecen los propios juegos. La metáfora que sugirió el cineasta Danny Boyle durante la inauguración –los magnates de la revolución industrial, unidos a los trabajadores que explotaban, incluido niños, nos trajeron hasta los aros olímpicos todos juntos- fue no sólo una clara exageración, sino un descarado homenaje al capitalismo. No faltó tampoco el homenaje a todos los cuerpos militares ingleses. Y para la parte final de esta inauguración, y la clausura, los organizadores nos reservaban lo más comercial del “arte” de las islas.

Quienes conocen la historia pueden dar fe de la brutalidad de los cuerpos represivos del imperio británico y de la conocida doble cara de su diplomacia, y aquellos que abren un periódico o entran en internet saben que la revolución industrial no nos llevó a unos idílicos aros deportivos sino a una encrucijada que hoy sufren los habitantes más débiles y desprotegidos del planeta.

Faltó en ambas ceremonias la brillante literatura británica, sus indómitos exploradores, sus filósofos y pensadores, sus brillantes directores de cine y todos los británicos que dentro y fuera de su país hicieron para que el mundo fuera un lugar más habitable. Pero resulta que la mayoría de ellos se posicionaban contra el capitalismo y claro, no entraban en este homenaje.

 

nickravangel