Los peligros del folklore (2006)

A PROPÓSITO DE LA ACTUACIÓN DEL TEATRO CIRCULAR DE MONTEVIDEO EN BARCELONA

 

Las dos funciones del Teatro Circular de Montevideo con la obra “Onetti en el espejo”, organizadas por Malabia en Barcelona, nos han dejado, además de la satisfacción de haber reunido trescientas personas –un hecho insólito en una ciudad donde el teatro independiente nunca se representa ante tantos espectadores-, una serie de reflexiones. El apoyo de las instituciones y de la prensa profesional fue nulo. En realidad no esperábamos nada de las instituciones catalanas. Tenemos claro que la tan cacareada solidaridad con el Tercer Mundo no pasa de la beneficencia. Se trabaja, en el caso de América Latina, en proyectos para ayudar a los latinoamericanos, pero no en proyectos con los latinoamericanos. Esa forma de trabajo, además de su inherente paternalismo, genera la lógica burocracia: directores, subdirectores, encargados de proyecto, empleados, jefes de prensa, etc. Y como muro de protección ante las molestias, las inevitables secretarias.

Esperábamos, eso sí, alguna ayuda de las instituciones uruguayas. Máxime en estos tiempos que se dicen de cambio. No queríamos dinero, sabemos las inmensas dificultades económicas por las que pasa el país. Nos hubiera gustado que la gente del Circular (un grupo teatral independiente mítico del Uruguay) se sintiera arropada en Barcelona por los representantes oficiales de su país. No fue así. Seguramente ese fin de semana tenían actividades mucho más importantes.

Surge enseguida la pregunta: ¿para qué sirve tanta burocracia, para qué sirve tanta representación?

Tiendo un tupido velo de silencio sobre las organizaciones de uruguayos en el exterior. La cultura uruguaya no tiene la culpa de que representen diferentes facciones políticas y estén enemistadas entre sí. Este es otro tema y daría para largo. Agrego, eso sí, que a nadie escapa la diferencia entre la inmigración uruguaya a España de los años setenta y ochenta y la actual.

Hoy recibo una circular del consulado de Uruguay promocionando una murga. Hace poco tuve la oportunidad de ver en Montevideo un programa televisivo sobre la emigración uruguaya. Se basaba fundamentalmente en esta última ola emigratoria. Nostalgia, lágrima fácil, caras pintadas, tamboril, chorizo, dulce de leche y asado. ¿Es válido hacer un programa así? ¿Está bien? ¿Hay que conseguir audiencia aun al precio de aprovecharse de los sentimientos de gente indefensa?

Los representantes de un país en el exterior no deben limitarse a velar por la seguridad de sus compatriotas. Deben, además, promocionar la cultura del país, lo que es el país.

En el Uruguay, como en cualquier lugar, hay distintas manifestaciones culturales.  Decía el escritor argentino Juan José Saer que los europeos consideran a los escritores latinoamericanos cuando su escritura coincide con la visión exótica que tienen de América Latina. Si estos escritores tratan de universalizarse pasan a ser europeizantes. Hoy daría la impresión de que se quisiera dar la visión exótica de la cultura uruguaya.

Durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta, épocas de auge del western norteamericano, aparecían en las películas –por la lógica proximidad- muchos mexicanos. Los buenos eran guitarristas, cantantes, mujeriegos, bebedores, rápidos para el cuchillo y, pese a su bondad, proclives a la traición; los malos eran malísimos, estaban alejados de cualquier consideración moral y eran capaces de cualquier perversidad. Las mujeres, por su parte, siempre bailaban sobre las mesas, eran prostitutas o desgraciadas. Este estereotipo (igual que el que hacía a todos los españoles toreros, guitarristas de flamenco o majas con vestidos de lunares) se universalizó y llega hasta nuestros días.

La mirada de los demás es a menudo una consecuencia de la manera de presentarnos. Y cuando mezclamos cultura con folklore nacional nos estamos presentando mal. Los uruguayos no somos sólo murguistas, candomberos, comedores de asado y devoradores de dulce de leche, aunque esas sean señas de identidad a las que no debemos renunciar. Tenemos una cantidad de excelentes escritores, músicos, escultores, pintores, profesionales, intelectuales y un teatro del que podemos sentirnos orgullosos.

Es hora de que nuestros representantes se enteren. O que nombren a quienes lo sepan. Y que no vengan con aquello de que mientras haya un niño hambriento no se puede pensar en cultura. Nos veríamos obligados a recordar lo que decía José Pablo Feinmann en un artículo en Página 12 sobre el tema: “Hay que alimentar a los hambrientos, hay que luchar contra la pobreza. Con todo y a fondo. Pero sería triste llegar a ser un pueblo alimentado y escuchar decir a los antiguos famélicos: “Ya no tengo hambre, pero no sé quien soy ni en qué país vivo”. Entonces encienden la tele y ponen la CNN para averiguarlo».