En la ciudad / diálogo con Federico Nogara

Héctor Rosales

 

A finales de marzo de este 2008 publicábamos en distintos medios de comunicación una reseña (“Distancias entre baldosas y muros”) originada por la lectura de “Ciudad”, un conjunto de cuentos de Federico Nogara (Montevideo, 1948), editado por Sirpus y que en esos días ya comenzaba a distribuirse en librerías. La nota, localizable fácilmente a través de internet, puede servir de introducción a la charla que hemos mantenido en torno al libro, un título que viene circulando con muy buena recepción entre público y crítica.

Este escritor y amigo uruguayo radicado en Barcelona, director de la revista digital “Malabia” y aplicadísimo lector, cultiva con calidez y calidad el antiguo ejercicio de la tertulia, una costumbre que solemos poner en práctica en diferentes lugares de la capital catalana, en Montevideo o donde permita el destino.

Los diálogos con Federico siempre aportan ideas, un respetuoso sentido crítico, honesto y constructivo, que en no pocos momentos parte de la autocrítica y en otros afronta problemas colectivos, sin dejar de implicarse en ellos y buscando soluciones de largo aliento.

Partiendo de tales premisas, compartimos mesa y sillas con ustedes.

— En otros diálogos hemos hablado de los antecedentes literarios, las lecturas previas que podrían servir de marco para abordar tu libro “Ciudad”. Me gustaría retomar aquí tu criterio para acercarlo a los lectores. ¿Qué autores señalarías como más relevantes para configurar las ópticas desde las que escribiste estos relatos? Y en todo caso: ¿qué te motivó a escribirlos?

— Mi acercamiento a la escritura es, en realidad, un acercamiento a la literatura. Antes que escritor, soy un gran lector y un hombre curioso. Mis escritos, si se leen con atención, están repletos de materiales rescatados de fuentes no literarias: canciones populares, artículos periodísticos, conversaciones escuchadas en bares, dichos, creencias… En ese sentido debo mucho a Joyce y a Puig, que ensayaron esa forma de acercamiento a la literatura. En cuanto al cómo, me apasiona Onetti por esa cualidad suya de anteponer la forma de escribir a la trama. Hoy día, en esta sociedad de consumo, se escribe mayoritariamente para agradar al lector de forma fácil. Se busca antes que nada una historia lo más original posible y se la desarrolla sin tener en cuenta demasiado la forma de escribirla. Decía Sartre que no se es escritor por lo que se escribe sino por cómo se escribe. Y a eso me adscribo.

Mi ciudad, una ciudad caótica, con un movimiento convulso, donde se piensa poco, necesitaba un cierto tipo de escritura. Hay que tener en cuenta que en las historias no hay casi reflexión, los acontecimientos se llevan por delante a los personajes, se vive en la histeria permanente. Nada mejor entonces, que remitirse a los maestros norteamericanos: Cheever, Bukowski, Carver, la gente de la “generación beat”: Burroughs, Kerouac. Por esos derroteros se juega mi ciudad.

En cuanto a la motivación, hace muchos años que vivo en Barcelona. Cuando llegué, allá por los ochenta, las Ramblas eran un paseo “burgués”, un “teatro” donde mirar y ser mirado, según las definiera Vázquez Montalbán. Hoy son un conglomerado confuso de turistas con ganas de alcohol y juerga y de inmigrantes que tratan de ganarse la vida. La burguesía local se ha refugiado en los barrios altos. Proceso similar ha vivido Montevideo, la ciudad en la que nací y a la que vuelvo a menudo. Creo que más allá de historias originales más o menos afortunadas, el escritor debe tratar de reflejar el mundo en el que vive y llamar al lector a la reflexión. Eso, por lo menos, intento.

— “Ciudad” contiene historias instaladas en metrópolis del primer mundo, donde el caos, la incomunicación y las fracturas en la sensibilidad de los personajes dejan al lector como otro protagonista más, otro habitante de esas páginas, un vecino al que le toca reflexionar sobre los sucesos y sus consecuencias. ¿Te importa comunicarte con un tipo de lector en concreto, alguien próximo a tus entornos, o te interesa más, por poner un ejemplo (y pienso en nuestro admirado Onetti), una escritura que busque su plena independencia?

— Mientras escribía “Ciudad”, me topé un día en la calle con un escritor barcelonés. Enterado de mi proyecto me preguntó si eran historias sobre mi país. Entonces decidí situarlas en el primer mundo para no correr el riesgo de que quien las leyera pensara: “estas cosas sólo pasan en el tercer mundo, en los países pobres”. Un pensamiento muy común, por otra parte.

Personalmente, no quiero vender exotismo, como hacen y han hecho muchos escritores latinoamericanos. En mis escritos no hay monjas que vuelan, como en el Corán no hay camellos. Borges (que señalaba esa ausencia de camellos en el Corán) decía que el patrimonio de los escritores argentinos (y rioplatenses y latinoamericanos, agregaría yo) es el universo. Por eso trato de ser independiente y universal.

— ¿Te atrae la idea de escribir una futura novela o conjunto de cuentos que reflejen tu percepción del tercer mundo, de la aldea, del universo que hay metido en el barrio montevideano donde creciste? ¿Cambiarías el estilo para expresar aquellas calles y gente?

— Una vez le preguntaron a un músico argentino que estaba fuera de su país si lo extrañaba. Contestó: “Pero si yo nunca me fui”. El barrio montevideano donde nací y crecí (Jacinto Vera nada menos, un barrio típico, de futbolistas, trabajadores y poetas), la ciudad donde di mis primeros pasos, los amigos que fueron y los que todavía son, están dentro mío y en mis escritos. Mi visión del primer mundo es la visión de un extranjero, de un uruguayo mirando un mundo que no le pertenece. Y un día me gustaría volver a recorrer esas calles de mi antiguo barrio desde la literatura. Tendría, lógicamente, que cambiar el acercamiento. Todo sería más lento, más tierno y humano, pero también más terrible. Recuerdo a Borges en su poema sobre Buenos Aires: “No nos une el amor sino el espanto; será por eso que la quiero tanto”.

— Hay quienes cuestionan, y con ciertos argumentos de peso, los riesgos de una escritura que persigue exclusivamente una “realidad documental”, alejada de la subjetividad inherente a la condición artística (partamos, y sé que estás de acuerdo, de la literatura como arte), donde pesa mucho el componente periodístico, la descripción seca, detallada y con buena síntesis de lo que sucede en el texto.

Paralelamente podemos recordar aquella frase de Tolstoi, que en distintas ocasiones revisamos contigo: “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. La individualidad, lo puramente personal, como vía para llegar a lo universal. En pocas palabras: hay dos platos o fuentes que le darían juego a la balanza literaria. ¿Por cuál de los dos te decantas más en tus vertientes de lector y escritor? En esta última instancia: ¿cuál te resulta más cómodo y/o valioso a la hora de escribir?

— Me animaría a decir que la realidad documental no existe, porque la realidad no se muestra, se reproduce. Incluso la realidad filmada o la foto -lo más difícil de tergiversar- está hecha desde los gustos del artista, desde sus fobias y sus problemas. Un cineasta al que le guste mucho una ciudad la mostrará muy diferente a otro que la deteste.

Saer sostenía con acierto: “La realidad es un concepto problemático y yo pienso que la literatura tiene que reflejar esa problemática y no la concepción lineal del realismo clásico”.

Pienso que ya no escribimos como en el siglo XIX y el realismo no es operativo hoy, que nos movemos en sociedades dominadas por la cultura de masas y las multinacionales, lo que hace que las relaciones del hombre con el mundo sean muy complejas. La cuestión central de todo este tema es que mucha gente (y muchos escritores, lo que es grave) piensa que la ficción aleja a la escritura de la política y de la realidad social. No tienen en cuenta que la política es una gran ficción, y desmontar sus mecanismos es el verdadero trabajo de acercamiento a la realidad que tiene el artista. Lo mismo pasa con lo social, donde nos han hecho grandes cuentos, muy literarios por otra parte.

Yo me decanto por una literatura compleja, que lleve al autor y al lector al pensamiento y a la reflexión. Lezama Lima, el gran escritor cubano, nos recordaba que sólo lo difícil estimula. Veo la escritura como un desafío.

— ¿Cómo nacen tus personajes? ¿Sigues vinculado a ellos más allá de las historias?

Existen escritores –o eso dicen– que parten de un título o de un personaje y se dejan llevar por la imaginación (o por la varita de un demiurgo). Yo planeo con rigor lo que voy a escribir y, sobre todo, cómo lo voy a escribir. Tengo de antemano una trama, una forma y unos personajes adecuados. Los personajes de “Ciudad”, por ejemplo, son seres cercanos al anonimato y a la marginación social. Incluso la locutora, que desarrolla su trabajo en la cima del mundo moderno, en un medio de comunicación, es un ser de escasa entidad. Están todos de acuerdo con la intención de los relatos.

Eso no quiere decir que me sean ajenos o lejanos, no podrían serlo porque algunos tienen cosas mías o de gente que quiero. Pero mi sentimiento hacia ellos arranca desde la compasión. Y siempre los tendré cerca, a fin de cuentas soy su creador, una especie de dios menor.

— Vayamos a la situación de la literatura en una sociedad como la que aparece en tu libro y en cualquier otra clase de sociedad actual.

Ahora mismo no recuerdo que se citaran títulos literarios dentro de la temática de los seres que pueblan “Ciudad”, aunque hay alusiones a cartas o periódicos. En cambio sí están los libros anónimamente, como parte de un decorado: “libros despanzurrados, rotos” que se amontonaban en el suelo de un estudio. O también en relación con alguien que “deseaba estar lejos o haber leído libros profundos para tener argumentos justos.”

¿El ciudadano medio está destinado a separarse de la palabra impresa y encuadernada? ¿Terminará desconociendo esa experiencia?

— Los datos de la UNESCO siguen siendo tercos. Casi la mitad de los habitantes del mundo son analfabetos y el acceso a la informática sólo alcanza al diez por ciento de la población mundial. Si viviéramos no en un mundo perfecto, pero sí en uno más justo y solidario, la preocupación fundamental de nuestros días debería ser la alfabetización. Para ello, teniendo en cuenta el escaso alcance de la informática, sería imprescindible la palabra impresa.

Creo que el debate sobre el libro en papel o en pantalla de plasma es un debate propio de la Europa desarrollada, de Estados Unidos, Japón y quizás Australia. Los demás deberían ocuparse de cosas más productivas, como sacar a la gente de la pobreza para que pueda desarrollar sus capacidades de forma normal, entre ellas la de leer y cultivarse.

Hace poco olvidé un sobre en un supermercado. Al ir a recogerlo me miraron como se mira al que se enfrenta a una misión imposible. Cuando dije que adentro había un libro se sonrieron, si era así no había ningún problema. Apareció enseguida, por supuesto. El libro es, para la gente común, un artículo sin valor.

Creo que la discusión sobre la desaparición del libro en el futuro es bizantina, la tecnología avanza mucho y el futuro no nos pertenece. Lo importante ahora es valorizar el libro, que siga habiendo gente dispuesta a escribir y a leer. En este terreno la palabra la tienen los poderes públicos como elemento ejecutor y todos nosotros como dueños de lo público. Habría que legislar y obligar a legislar. Cada niño que sale de la escuela debería salir convertido en un lector. Si no, ¿para qué sirve la enseñanza?, ¿para conseguir un buen trabajo o para aprender a ser más listo que los demás? Si continuamos por ese camino, pobre sociedad.

— Llevas años viviendo y trabajando en Barcelona, aunque no has perdido los vínculos culturales con el país natal. ¿Consideras que en el Uruguay contemporáneo hay autores de verdadero interés para el público español o de cualquier otra región exterior?

— Tu pregunta tiene dos vertientes, la individual y la colectiva. En Uruguay hay excelentes artistas, y muchos de ellos tienen propuestas individuales que podrían universalizarse. Las propuestas colectivas son otro cantar.

“Para que exista una literatura es necesario que exista un espacio donde obras y autores sean evaluados”. Así pensaba Octavio Paz y lo refrendaban intelectuales de la talla de Ángel Rama o Emir Rodríguez Monegal.

Como yo coincido con Paz, y ese espacio al que él se refiere no existe hoy en el país y tampoco se registra una voluntad de crearlo, creo que no podemos hablar de una literatura uruguaya como tal, sino de una serie de autores uruguayos aislados de muy buen nivel de calidad.

El tema da para mucho y lo que opino es sólo un punto de partida. Desarrollarlo sería más propio de las organizaciones de escritores uruguayas, que de momento no son más que una suma de individuos sin objetivos claros.

— ¿Cómo podrían difundirse mejor esos autores?

Difundir de manera individual es competir; y cuando se compite en el mundo del libro la decisión última la tienen las editoriales.

Los autores rusos se hicieron conocidos en Europa a principios del siglo pasado -como luego pasó con los escritores del Modernismo, los del Boom latinoamericano de los setenta y, para mencionar otra disciplina, con los músicos de la Trova cubana- porque no se trataba de creadores aislados, sino de integrantes de una corriente literaria y artística.

Esa corriente no existe de momento en Uruguay, por lo que la difusión de los autores uruguayos queda librada a la buena voluntad de quienes manejan el mercado del libro.

Volviendo a tu reciente libro, y pensando en las personas que están al otro lado del Atlántico: ¿hay esperanzas de que “Ciudad” pueda distribuirse en Montevideo, Buenos Aires u otras capitales latinoamericanas?

— La editorial, que ha realizado un magnífico trabajo en la difusión del libro en España (se puede encontrar en todas las librerías de Barcelona y las de muchas otras ciudades lo anuncian en internet), me asegura que está en tratativas para que antes de fin de año llegue, por lo menos, al Río de la Plata.

 

Héctor Rosales

Barcelona, 30.08.2008