Golpe de Estado y dictadura en Uruguay: La búsqueda de la verdad histórica

Publicado en la revista Hervidero (Montevideo)

En junio de este año, mientras me encontraba en Montevideo, tuve la oportunidad de concurrir a las jornadas de reflexión sobre la dictadura uruguaya que tuvieron lugar en la IMM y el Cabildo con ocasión de cumplirse los 30 años del golpe de Estado. Fue una experiencia curiosa; estando de visita en mi propio país tenía la posibilidad de escuchar las consideraciones de periodistas, profesores y políticos compatriotas, muchos de ellos de la generación posterior a la mía, sobre el hecho histórico que, enviándome al extranjero, cambió mi vida.

Casi todas las ponencias abundaron en la idea de que el golpe militar resultó la inevitable consecuencia de la degeneración democrática de nuestra sociedad, un doloroso episodio de la lucha a muerte entre dos visiones irreconciliables de la realidad nacional. Algunas jugaron con la manida idea del complot y hasta hubo quien situó sus orígenes en un grupo militar de la dictadura de Terra. Y las restantes se perdieron en consideraciones más o menos psicológicas, a las que tan proclives somos los rioplatenses y que han ayudado a las clases dominantes a poner el peso de sus culpas sobre los hombros de toda la población.

Hubo una, en especial, que me llamó la atención. Fue la presentada por la historiadora Marisa Silva el 3 de julio en el Cabildo, un resumen de su tesis doctoral centrada en el Partido Comunista uruguayo. Más allá de cierta tendencia al academicismo (quizá lógica en este tipo de trabajo), el texto no sólo es sumamente interesante, sino que toca el que me parece uno de los puntos esenciales para entender lo que pasó en Uruguay. Dice la historiadora: “Para los comunistas uruguayos la URSS no era sólo el país donde se construía el socialismo. En su imaginario, era el territorio donde se plasmaba el socialismo como utopía realizable (…) La URSS no era, pues, un hecho político. Por eso se negaban los conflictos, las tensiones, los intereses opuestos (…) Ningún documento público del Partido menciona ni problemas de nacionalidades, ni dificultades económicas, ni la existencia de ciertas religiones, ni carencias tecnológicas, así como tampoco nunca se hace referencia a la burocracia ni a las luchas internas dentro del PCUS. Al identificar el futuro con el presente, el socialismo con un país, el marxismo leninismo con la línea del PCUS, los comunistas uruguayos se plantean la relación con éste en términos de lealtad. En esta cadena de identificaciones y en el contexto de la guerra fría, la posición crítica se asemeja al ataque, crítica pública a adhesión al capitalismo, cuestionamiento a traición. Toda posición diferente es sumada como anticomunismo y como incomprensión del verdadero comunismo”

Esta línea de razonamiento no es nueva. En 1948 escribía Jean Paul Sartre, refiriéndose al partido comunista francés, en la revista Tiempos Modernos: “El PC adapta su política a la de la Rusia soviética, porque sólo en este país se encuentra el esbozo de una organización socialista. Pero, si bien es cierto que Rusia ha comenzado la revolución social, también lo es que no la ha terminado. El atraso de su industria, la falta de cuadros y la incultura de las masas le impedían que realizara sola el socialismo y hasta lo impusiera en otros países por contagio. (…) Rusia tuvo que replegarse sobre sí misma y dedicarse a crear cuadros, a compensar el atraso de sus instalaciones, a perpetuarse por medio de un régimen autoritario en su forma de revolución detenida. Como los partidos europeos que apelaban a las clases obreras y preparaban el advenimiento del proletariado no tenían la fuerza necesaria para pasar a la ofensiva, Rusia tuvo que utilizarlos como bastiones de su defensa. Las fuerzas de la revolución mundial han sido desviadas, de ese modo, en provecho del mantenimiento de una revolución en invernada. (…) Tranquilizar a la burguesía sin perder la confianza de las masas, permitirle que gobierne mientras se mantiene la apariencia de una ofensiva contra ella y ocupar puestos sin dejarse comprometer; tal es la política del PC. Hemos sido testigos y víctimas en el 19 y el 40 del pudrimiento de una guerra; asistimos ahora al pudrimiento de una situación revolucionaria. (…) Basta hojear una publicación comunista para extraer de ella cien procedimientos conservadores: se persuade por la repetición, las amenazas veladas, la fuerza desdeñosa de la afirmación, las alusiones enigmáticas a demostraciones que no se hacen y la exhibición de una convicción tan completa y soberbia que se coloca por encima de todos los debates, fascina y acaba por contagiar. No se contesta jamás al adversario: se le desacredita; es de la policía, un fascista. En cuanto a pruebas, no se proporcionan jamás, porque son terribles y comprometen a demasiadas personas. Si se insiste en conocerlas se replica que hay que contentarse con eso y creer la acusación por la pura formulación de la misma: “No nos obliguen a darlas, pueden escocer a muchos” (…) Para un stalinista, un trotskista es la encarnación del mal”

El PC, principal fuerza de la izquierda uruguaya en los años anteriores al golpe, estaba siendo desbordado, en esa época, por la situación mundial. La URSS, “ese lugar donde se consumaba la utopía”, estaba atada a la política de guerra fría, a la coexistencia pacífica con EEUU, al  respeto de los bloques. Esta situación no parecía conmover a los revolucionarios cubanos -que unos años antes habían tomado el poder en su país y eran una gran influencia para quienes pretendían transformar la mísera realidad latinoamericana- ni a otros movimientos de liberación regionales. Pese a estar Cuba alineada en el bloque socialista, sus dirigentes parecían prestar más atención al concepto de Lenin de la imposibilidad de mantener y desarrollar una revolución en un solo país que a las necesidades estratégicas de la URSS. En realidad no lo hacían por un problema de necesidad sino por concepción revolucionaria, porque quizá en ese momento, y mirado en perspectiva, en lugar de entrar en estrecho contacto con los movimientos de liberación continentales les hubiera convenido hacer lo mismo que los partidos comunistas, respetar la política exterior de la URSS. El choque de tácticas antagónicas era inevitable y estalló en la Conferencia Tricontinental de La Habana, cuando Rodney Arismendi, el principal dirigente del PC uruguayo, se negó a aplaudir o ponerse de pie en el homenaje a los movimientos guerrilleros americanos. Con esta actitud reafirmaba la estrategia de su partido de cambiar la sociedad desde la lucha parlamentaria y electoralista y de paso marcaba claramente las distancias; si defendía y apoyaba a la revolución cubana era por su pertenencia al bloque socialista, no porque quisiera imitar su ejemplo en algún lugar del Sur.

Esa misma línea de desacuerdo se mantuvo en Uruguay con el MLN. El partido lo acusó, como a los otros grupos armados, de aventurerismo y le quitó los apoyos, alejándolo del mundo sindical y de los medios estudiantiles que dominaba. En resumen, lo aisló. Cometió, sin embargo, un error de cálculo: creyó que la represión se detendría después de derrotados los tupamaros.

Al regresar a España encontré, en El Periódico de Cataluña, un artículo de un escritor español sobre la extradición de los militares argentinos a España solicitada por el juez Garzón. Opinaba este autor, en sintonía con algunos políticos rioplatenses que citaba, la improcedencia de tal medida. “Un país que no ha juzgado a sus propios criminales no puede pretender hacerlo con los de otro” decía textualmente.

Me resultó sorprendente la afirmación sobre asesinos no juzgados y crímenes impunes en la transición española, teniendo en cuenta que, hasta hace poco, los intelectuales y políticos de medio mundo, y todo signo, la usaban como el gran ejemplo a seguir.

Aunque esa línea argumental abierta por el escritor hispano da para mucho, quisiera centrarme en las diferencias entre el caso español y los rioplatenses. En España sí hubo un choque armado entre dos maneras diferentes de concebir la sociedad. Luego vino el ajuste de cuentas de los vencedores hasta llegar al parche de la transición, que les permitió mantenerse en el poder hasta nuestros días. En Uruguay, por el contrario, no había base para tal enfrentamiento. La oposición al sistema, como ya vimos, estaba liderada por un partido que distaba de amenazar a las clases dominantes con cambios radicales y por un grupo armado sin ninguna posibilidad de victoria de acuerdo al enemigo al que se enfrentaba: el ejército uruguayo, las gigantescas fuerzas armadas de Brasil y Argentina y el apoyo logístico y material de un gobierno de EEUU en guardia ante cualquier sorpresa similar a la cubana. Lo ocurrido en nuestro país, teniendo en cuenta esa relación de fuerzas y la extensión de la represión, incluso hasta mucho después de la derrota del MLN, se asemeja a una intervención quirúrgica de zonas sociales peligrosas para los dueños del poder.

Las víctimas nos reunimos, en estas jornadas, dispuestas a dar y encontrar explicaciones, un ejercicio sano de desenterrar el pasado y tratar de entenderlo. Sin embargo, al escuchar las exposiciones y las preguntas posteriores, tuve la impresión, en muchas ocasiones, de estar participando de un justo homenaje y no de una búsqueda. Creo que no llegaremos a ninguna conclusión válida si interpretamos la historia de acuerdo a nuestros intereses políticos o nos mantenemos en el inmovilismo, la autocomplacencia o la visión corporativista. La verdad histórica, en este caso, es una condición esencial de cara al futuro.