Historia y cultura, la asignatura pendiente (2009)

La palabra cultura se inserta con dificultad en el vocabulario coloquial de los pueblos en crisis. Da la impresión de ser el lujo dentro de la penuria, algo accesorio en tiempos en los que la economía y la política deben primar en las preocupaciones sociales. Quizá se deba a la costumbre de confundir cultura con erudición o al hábito impuesto de razonar independientemente los fenómenos históricos, económicos, sociológicos y culturales, sin tener en cuenta que forman parte de un todo. Sea como sea, nos debemos una búsqueda y una profundización del tema a la luz de nuestra historia.

De las definiciones de cultura, voy a inclinarme por aquella que la define como el sistema de producciones y relaciones propio de una determinada sociedad humana. “En ese sentido es notorio que la humanidad ha conocido varias grandes culturas, muy diversas entre sí, pero que en sus respectivos momentos de esplendor se estructuraron en torno a unas pocas formaciones económico-sociales. No perderé el tiempo repitiendo lo que todo el mundo sabe. Simplemente recordaré que una sola de esas grandes culturas alcanzó dimensión mundial: la cultura occidental. Y que, a diferencia de los casos anteriores, a su formación económico-social correspondiente, el capitalismo, tan sólo ella llegó de modo directo. Además, como tal formación requirió para su desarrollo el saqueo del planeta (tal fue el procedimiento por el que alcanzó dimensión mundial), hizo imposible en éste, en general, desarrollos similares al suyo. En todos los continentes, numerosas culturas se erigieron en torno a modos de producción esclavistas, feudales, «asiáticos». Pero sólo Occidente, en Europa, accedió al modo de producción capitalista, y al hacerlo sofocó accesos similares en otros sitios. Fuera de Europa, grandes desarrollos capitalistas sólo conocerían los EEUU, Canadá y Australia, que fueron colonias de Inglaterra, el país capitalista por excelencia hasta el siglo XX, y Japón, una gran excepción» (1)

Pero el camino hacia el desarrollo del capitalismo europeo no fue homogéneo ni estuvo exento de luchas intestinas. España, que estaba muy atrasada respecto a Inglaterra y otras naciones europeas, inició, en 1492, el proceso de la conquista y el saqueo de América Latina. Las riquezas arrancadas al subcontinente sirvieron para alimentar el desarrollo europeo sin favorecer el crecimiento de España. “Ni siquiera los tesoros persas que Alejandro Magno volcó sobre el mundo helénico podrían compararse con la formidable contribución de América al progreso ajeno. Pero eran otros los que se beneficiaban de la situación. Sólo en mínima medida la plata y el oro beneficiaban a la Corona, el resto iba a parar a los banqueros y prestamistas de otras naciones europeas. Un memorial del siglo XVII nos hace saber que España sólo dominaba el 5% del comercio con “sus” posesiones coloniales más allá del océano, pese al espejismo jurídico del monopolio; cerca de una tercera parte del total estaba en manos de holandeses y flamencos, una cuarta parte pertenecía a los franceses, los genoveses controlaban el 20%, los ingleses el 10% y los alemanes algo menos”(2)

En 1620 llegan al norte de la costa este de lo que serían los EEUU los primeros colonos ingleses a bordo del Mayflower. Un siglo después, a las granjas de comercio floreciente de la zona se han agregado las grandes plantaciones del Sur, explotadas utilizando mano de obra esclava. En 1693 Francia cede el Canadá y el territorio al Oeste del Mississipi a Inglaterra, cuyo intento de hacer participar a los habitantes de su colonia norteamericana de las cargas tributarias termina con la declaración de independencia de ésta en Julio de 1776 y la guerra posterior, culminada en la paz de Versalles. Los 13 primeros estados independientes resultantes de la insurrección se unieron a través de la Constitución del 87, todavía vigente, creando el Estado Federal (Unión) A partir de esa fecha arranca la política expansiva con la adquisición de Louisiana a Napoleón y Florida a España. El lema de esa expansión, «América para los americanos», no impide que en 1846 se inicie una guerra de dos años con México (los mexicanos, como bien se sabe, son sub-americanos), mediante la cual la Unión se anexionará los territorios de Texas, Nuevo México y California, alcanzando de esa forma el Pacífico. Luego de la inevitable Guerra Civil (1861-65) entre el Norte pujante, lanzado al capitalismo, y el Sur latifundista, comienza la colonización del salvaje oeste. En 1869 el ferrocarril alcanza el Pacífico y se crea una gran industria moderna. Mc Kinley y Roosevelt, a principios del siglo veinte, comienzan la época del imperialismo. A partir de la Primera Guerra Mundial los EEUU se elevan a primera potencia industrial y económica.

América Latina transita el camino inverso. «El Descubrimiento de América, que en un principio fortaleció y enriqueció a España, se volvió contra ella. Las grandes vías comerciales se desviaron de la Península Ibérica. La Holanda enriquecida se desgajó de España. Después de Holanda fue Inglaterra la que se elevó por encima de Europa  a una gran altura y por largo tiempo. Ya a partir de la segunda mitad del Siglo XVI la decadencia de España es evidente. Después de la destrucción de la Armada Invencible (1588) esta decadencia toma, por decirlo así, un carácter oficial. Es el advenimiento de lo que Marx calificó de putrefacción lenta e ingloriosa. Las viejas y las nuevas clases dominantes -la nobleza latifundista, el clero católico con su monarquía, las clases burguesas con sus intelectuales – intentan tenazmente conservar sus viejas pretensiones, pero sin los antiguos recursos» (3)

La conquista tuvo otra vertiente: la derrota y sustitución de la clase dirigente indígena. «Toda civilización tiene su Universidad, porque la Universidad es tan sólo el útero de la clase dirigente. Cuando se extirpa a esta clase dirigente del cuerpo social, se decapita la sociedad, queda un cuerpo sin cabeza. La conquista fue terrible porque decapitó a la clase dominante. También fue terrible el papel de la Iglesia, que quiso ocupar el papel de la clase dominante sacerdotal indígena; otro sacerdocio quiso colocarse en su lugar. En ciertos aspectos podría decirse que era mejor que estuviera Bartolomé de las Casas u otros similares, pero aún así la evangelización fue una peste que cayó sobre los pueblos americanos: la pretensión de comerles el alma» (4)

La larga decadencia de España hace que, a principios del siglo XIX, la revolución en los territorios americanos del sur fuera inminente. “El levantamiento revolucionario en toda América no fue sino la prolongación en el Nuevo Mundo de la conmoción de la vieja España que pugnaba por remozarse. Nuestra revolución no fue un levantamiento contra España. ¡Dos Españas había y luchamos con una de ellas contra la otra buscando liberarnos del yugo feudal! Americanos y españoles lucharon mezclados en ambos bandos. Si las Cortes revolucionarias de Cádiz incorporaban América como la gran provincia española de ultramar, la otra España, por boca del Virrey del Perú, llamaba a los americanos hombres destinados a vegetar en la oscuridad y el abatimiento” (5)

Lograda la independencia de la Corona española, la lucha se traslada a otros terrenos. “Al no existir un foco económico centralizador en la América hispana, una burguesía industrial capaz de congregar férreamente los particularismos regionales, la nación latinoamericana tiende a disgregarse, siendo inútiles los esfuerzos de Bolívar y San Martín por salvar la unidad en la independencia. La grandiosa posibilidad de la nación latinoamericana es ahogada. El siglo XIX asistirá a su trágica balcanización. Los distintos grupos económicos de las regiones se lanzan a su propia lucha, azuzados por Gran Bretaña, que verá en esa disgregación la mejor garantía para su dominio imperial. Una precocidad pérfida asociaba a la plutocracia norteamericana a esa tarea. Porque ya en los albores del siglo XIX los EEUU puritanos y ahorristas desempeñaban un papel decisivo en las intrigas diplomáticas para la fragmentación de América Latina” (6) 

Tenemos ya, en el inicio del siglo XX, dos Américas bien diferenciadas: una de ellas, la de las minas de plata y oro, la de las grandiosas ciudades repletas de monumentos históricos, la que proporcionó al mundo la papa, el maíz, el tomate, el chocolate, está fragmentada en un montón de países y es pobre, subdesarrollada; la otra, la ahorrista, la puritana, está unida, es rica, poderosa y subdesarrollante. De esa fragmentación histórica surgen los males de América Latina, aunque algunos intelectuales interesados y la imaginería popular barrunten otras razones. “En nuestra cultura auténtica, la cultura del pueblo, ¿cuál es la explicación del desempeño mediocre? : clima y mestizaje. Otra respuesta es la colonización ibérica como algo inferior, miserable. También la idea de la culpa del catolicismo, una religión loca en la que se peca, se confiesa y se comulga, para volver a pecar, confesar y comulgar. También es muy frecuente y generalizada la idea de que la pobreza y el desempeño mediocre de América Latina con respecto a Norteamérica se debe a que ellos eran muy ricos y nosotros muy pobres; sin embargo es todo lo contrario, ellos eran miserables, se vendían para trabajar por cinco años a cambio de un pedazo de tierra. América Latina multiplicó la riqueza del mundo. Tan sólo Brasil multiplicó por tres veces y media la cantidad de oro; México diez veces la de plata, y además otros géneros alimenticios. No hay comparación entre el aporte de América Latina a la economía mundial y el de Norteamérica. No es cierto que ellos hayan sido los ricos y nosotros los pobres. No es verdad, tampoco, que nosotros seamos atrasados y ellos avanzados. Norteamérica nunca tuvo nada como la ciudad de México, como Lima, Bahía, Río, Recife. Sin embargo, con sus iglesitas de madera se organizaron de forma tal que ellos, que eran los pobres, se quedaron ricos y nosotros, que éramos los ricos, nos quedamos pobres. La explicación de eso no está dada en la cultura popular, todo se ve como fracasos nuestros, a los que agrego otros. En Brasil es muy clara la idea de que es un país joven, que un día de estos alcanzará la mayoría de edad. Y sin embargo, Brasil es 104 años más viejo que Norteamérica. Entonces no es por joven que no ha cuajado, es por otras razones. (…) El gran mal fue que desde el primer día fuimos estructurados y seguimos estando estructurados como proletariados externos. Proletariado externo es Cartago con respecto a Roma. Cartago, con toda su esclavitud y poderío, no existía para Cartago, existía para Roma. Nosotros nunca hemos existido para nosotros, siempre existimos para el otro, para producir para el otro. Brasil tiene una agricultura poderosa que es capaz de sustituir la gasolina con alcohol de caña, que es capaz de ser el segundo productor mundial de soja y simultáneamente disminuir la producción de alimentos. Porque la agricultura es socialmente irresponsable; no existe para dar de comer al pueblo, existe para dar ganancia, existe en la economía de mercado» (7)

Cualquier debate sobre cultura americana debería tener en cuenta las diferencias entre el Norte y el Sur, que han dejado a éste, a principios del Siglo XXI en la antesala del colapso. Sin embargo, hay una gran paradoja: el Sur llega a esta situación contando con, según la FAO y el BID, el 17 % de las pasturas permanentes del mundo, el 12 % de las tierras cultivadas, el 23% de las potencialmente cultivables, el 17% de las cabezas de ganado y sólo el 8% de los habitantes, lo que quiere decir que cuenta con más recursos que población; además, exporta cada año al primer mundo más riquezas de las que se llevaron España y Portugal en tres siglos. Esas cifras no impiden que el 40% de su población se encuentre en la pobreza absoluta y que la emigración (entre ella la de profesionales y técnicos que costó un gran sacrificio formar) crezca de forma imparable. ¿Podemos hablar de cultura, de un sistema de producciones y relaciones en sociedades en esta situación? Por suerte podemos decir que sí, porque por rara paradoja los grupos humanos han dado al mundo sus mejores obras en sus peores momentos históricos, quizá porque “la cultura no es una válvula de escape sino una tabla de salvación” (Juan José Saer). Pero esta constatación no debe minimizar el grave problema al que nos enfrentamos. No deberíamos olvidar que el resultado final del trabajo cultural, sobre todo el artesanal y artístico, es un objeto de consumo, una mercancía, y los países poderosos económicamente cuentan con los principales centros de edición, promoción, distribución y venta de tales “mercancías”. De ese modo pueden imponer con facilidad sus nociones de cultura sobre los demás. ¿Cómo se desarrolla la cultura, entonces, en países dependientes? “El esfuerzo de la independencia (en América Latina) ha sido tan tenaz que consiguió desarrollar,  en un continente donde la marca cultural más profunda y perdurable lo religa estrechamente a España y Portugal, una literatura cuya autonomía respecto a las peninsulares es flagrante, más que por tratarse de una invención histórica sin fuentes conocidas, por haberse emparentado con varias literaturas extranjeras occidentales (…) En la originalidad de la literatura latinoamericana está presente, a modo de guía, su movedizo y novelero afán internacionalista, el cual enmascara otra más vigorosa y persistente fuente nutricia: la peculiaridad cultural desarrollada en lo interior, la cual no ha sido obra única de sus élites literarias sino el esfuerzo ingente de vastas sociedades construyendo sus lenguajes simbólicos”(8) Borges, dentro de este contexto se preguntaba: ¿Cómo llegar a ser universal en un suburbio del mundo? ¿Cómo zafarse del nacionalismo sin dejar de ser del lugar? ¿Hay que ser del lugar o resignarse a ser un europeo exiliado?  “La tesis central de Borges es que las literaturas secundarias y marginales, desplazadas de las grandes corrientes europeas, tienen la posibilidad de un manejo propio, “irreverente” de las grandes tradiciones. Pueblos de frontera, que se manejan entre dos historias, en dos tiempos y a menudo en dos lenguas. Una cultura nacional dispersa y fracturada, en tensión con una tradición dominante de alta cultura extranjera. Para Borges este lugar incierto permite un uso específico de la herencia cultural: los mecanismos de falsificación, la tentación del robo, la traducción como plagio, la mezcla, la combinación de registros, el entrevero de filiaciones. Esta sería la gran tradición argentina”(9)  Y latinoamericana, se podría agregar. Esta tensión señalada por Borges se ha acentuado en las actuales condiciones. Dice el mismo autor argentino para que no queden dudas: “Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo que tenemos derecho a esta tradición, mayor que el que pueden tener los habitantes de una u otra nación occidental (…) No tenemos por qué suponer que la profusión de nombres irlandeses en la literatura y la filosofía británicas se deba a una preeminencia racial, porque muchos de esos irlandeses ilustres (Shaw, Berkeley, Swift) fueron descendientes de ingleses, fueron personas que no tenían sangre celta; sin embargo, les bastó el hecho de sentirse irlandeses, distintos, para innovar en la cultura inglesa. Creo que los argentinos, los sudamericanos en general, estamos en una situación análoga; podemos manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas”.

España, por su parte, ha entrado, como socia de EEUU, en un período neocolonial. Los “booms” latinoamericanos han pasado a mejor vida y la metrópolis, en lugar de importar, intenta hacernos tragar sus subproductos culturales. Un escritor uruguayo puede publicar en la filial uruguaya de una editorial española, pero sólo será distribuido en su país; en cambio, un español tiene a su alcance todo el mercado de habla hispana. Sin embargo, esa situación económica favorable de los países del primer mundo no los libra de ciertos “problemas culturales” “También en Europa el Estado-Nación está en crisis. Al firmar el tratado de Maastricht los países se replantearon su identidad frente a un proceso de homogeneización cultural que parece acelerarse con los nuevos medios. La integración implica, como se dijo, cierta renuncia a la soberanía. También afecta a la misma la mundialización de la economía y al avance de una civilización tecno-industrial que no se cimenta ya en principios filosóficos ni éticos y se desentiende de todo problema que no tenga que ver de modo directo con los beneficios empresariales”(10) La cultura euronorteamericana se vuelve, en esas condiciones, unidireccional y unilineal, dejando a los latinoamericanos en la disyuntiva de ser “europeos exiliados” o de defender lo propio. En cualquier caso, no deberíamos olvidar que “en sociedades sin estabilidad, sin unidad, no puede crearse un arte estable, un arte definitivo. Es de la inquietud de los espíritus de esta organización social inacabada de donde nace una explicable necesidad individual”(11) Y recordar que “toda cultura, en definitiva, sirve al grupo que la crea, por estar hecha a su medida. Renunciar a esta cultura propia es renunciar también a la resistencia cultural contra la opresión, y andar desnudos o con un traje prestado que nos ridiculiza y nos impide ocupar un lugar digno en el concierto mundial”(12)

Adaptarnos a ser una corriente accesoria y secundaria de la cultura euronorteamericana, tentación siempre presente en los creadores latinoamericanos, es el camino más transitado y fácil. El otro, el nuestro, el que debe tener en cuenta que “toda verdadera tradición es clandestina y se construye retrospectivamente y tiene la forma de un complot”(13) nos lleva, necesariamente, a plantearnos el desafío y la lucha también en el terreno cultural.

 

Bibliografía

1)     Fernández Retamar    “Escritos”

2 y 7)   Darcy Ribeiro  “Los indios y el Estado nacional”

3)   Eduardo Galeano  “Las venas abiertas de…”

4) León Trotsky  “Escritos sobre España”

5 y 6)    Abelardo ramos “Las masas y las lanzas”

8)    Ángel Rama “Transculturación narrativa en A. L.»

9 y 12)   Ricardo Piglia  “Formas breves”

10 y 12)  Adolfo Colombres “El desafío del tercer milenio”

11)     Mallarmé “Citas”