Álvaro Ojeda sobre Ciudad

Me gustó el tono ciudadano, la confusa lectura que te pierde como la ciudad, el tono abrumado, me parece que la forma está lograda, así como los titulares que dividen los sectores del cuento y  anuncian el final. Impecable.

Luego de leer La pasión según Bermúdez, o debería decir los sentimientos huecos, descubro una tendencia de estilo clara: la simultaneidad del relato en tiempos y en espacios, muy onettiana, pienso en La Vida Breve, incluso se me apareció en la escena del baño cuando ella, la de ojos verdes, se encierra. En cuanto al fondo, también Onetti hace de las suyas, la desazón por ese Dios burócrata que sin embargo, es ansiado. En este punto me comprenden las generales de la ley, ando en tus letras, me toca el asunto y entonces pierdo pie y sólo disfruto del cuento. El estilo es el hombre. Quisiera ver qué pasa cuando la cosa mute, pero por ahora siento que me muevo en el mismo mar, un mar oscuro, como esa magnífica descripción de la imagen de Angélica (tan luego Angélica es el nombre) en el agua sucia, un anti Narciso, eso también es Onetti.

Los Restos de la Ciudad es un relato medido, simbólico, y sin embargo, con algunos personajes definidos por palabras connotadas, por ejemplo ese manguero del metro que bien  puede ser Caronte pidiendo su óbolo. El personaje central, contrapuesto al flaco Sosa, es muy del autor, así desvencijado, con esperanzas inicuas, que tiene algún gesto muy bueno: intentar sacar la tarjeta de crédito en medio de la golpiza, todo un símbolo. Los restos de la ciudad que en rigor son toda la ciudad; me gustó el título y además me abre un mundo que por lejano parece o se nos aparece, distinto. Un cuento atroz, todos lo son de alguna manera, sobre un mundo que tembién lo es. Muy cinematográfico. La ciudad es una selva, esa es la mejor definición, que tiene su búsqueda de la redención en el sacrificio. Acá no hay quién te salve, ni arte, ni rubia de pantalones ceñidos, ni nada, esto es el Hades. Que no en balde en el metro empieza la cisa.

En Montevideo tenemos un día apropiado para el cuento de parques cerrados, hermosa metáfora por otra parte. Todo está gris y neblinoso como en el tango Garúa. El cuento me gusta mucho. Ese clima de decadencia y músicos y casonas me atrapa. Hay un buen uso de las frases hechas como forma de reflexión, escasa y torpe, que es lo que parece que le queda al ser humano. Un clima a lo Felisberto Hernández, lámparas que no se encienden porque de hacerlo estaríamos en la eternidad, esa eternidad grisácea, anodina, ya te digo, un cuento como para este invierno uruguayo. Me ha sumido en la nostalgia, en la saudade, dirían los portugueses, y el ciclo que se abre en el final me gustó. Tiene un clima muy poético y si bien se deduce una historia personal, el otoño y sus días cada vez más cortos, se puede extrapolar al país. Muy bien escrito.

La cuenta atrás es un cuento también onettiano, en concreto y como decía antes, es del palo de El infierno tan temido el recurso de las cartas con las fotos es casi el mismo. La diferencia radica quizás en el pasado más explícito, en esa relación entre Romero y Fiona, y, se me ocurre ahora, en la presencia de la persona que denigra y de la persona denigrada. No es diferencia menor. A lo mejor esa presencialidad es la que permite entender el crimen final.

Cuando éramos jóvenes buscábamos al héroe, sobre todo en la música. La hora de tirar para adelante me pareció muy bueno, con una aseveración y una pregunta retórica buenísimas que un héroe se formula constantemente: «ese no es el camino/ ¿cuál es el camino?» Si bien es un cuento de duplicidades, es también de unidades: lo que no se pudo y lo que fue, tiene como un gozne que podría ser la palabra: acaso. No figura en el cuento, creo, pero me saltó a los ojos, acaso todo pudo ser distinto. Formalmente esa imagen de saborear una melodía al inicio del cuento me pareció muy poética.  El libro es una revisión de la desolación, toca casi todos los pesares del hombre moderno.

He leído Detrás de la máscara en clave modélica: todo es una máscara que parece ser otra cosa; tiene momentos que me parecieron muy buenos, el programa televisivo (el escritor definido como un tarambana) es tal cual se ve por aquí y eso es otro logro: los formatos son idénticos. La mujer termina dándome un poco de pena, al fin y al cabo sólo obtuvo un premio menor: la nada de la nada. Y la soledad.

El último cuento, Final,  me pareció un resumen de todo el libro. Tristeza infinita, imposibilidad de escapar de lo que que el autor cataloga como como «horrible escena», todo suda un dolor profundo, púrpura, una voz de oquedad. Hay una esperanza, pero es la esperanza de la disolución, de la definitiva desaparición, de la literatura que inventa y denuncia, eso sí, pero es magra cosa. Magra. Si por el fruto se conoce al árbol, esta sociedad no tiene ninguna posibilidad. Como esas tres rosas del inicio del cuento: amanecer, sangre, fuego, es decir, el inicio de la vida, la muerte, la destrucción.

Es un libro de relatos atroz, también lo escribe el autor en este cuento: habla de la profundidad de la caída.

Álvaro Ojeda es escritor y crítico literario.