Entrevista a Héctor Rosales

 Federico Nogara

En “Transculturación narrativa en América Latina” Rama sostiene que la consigna principal de las letras del continente fue, desde casi su inicio, independizarse de las letras hispánicas. La autonomía de ellas es flagrante, “más que por tratarse de una invención insólita sin fuentes conocidas, por haberse emparentado con varias literaturas extranjeras occidentales”. ¿Estás de acuerdo?

La literatura, sea de donde sea, debe buscar su propia voz. Si para ello son fértiles las referencias de autores extranjeros, bienvenidas sean. La cuestión no está en creer que con independizarse de la vena cultural más próxima (en nuestro caso la hispánica) ya tenemos resuelto el camino a seguir.

Mirá, como alguna vez me dijo Nelson Marra con relación a las influencias: “Todos somos hijos de alguien. Si no queremos o no podemos reconocer a nuestros propios padres, ya sabemos de quienes somos hijos…”

Y nosotros, que arrancamos con la herencia cultural derivada del castellano, tuvimos, naturalmente, esa dependencia inicial. Está clara la necesidad de conocerla para poder superarla, desarrollarla o descartarla por completo de nuestros intereses.

Ahora, yendo a lo de Rama, sí estoy de acuerdo con él. Al colonialismo cultural ibérico siempre le sentó mal que nos fijáramos en otros modelos de expresión, en otras fuentes e idiomas que nos permitieran personalizar a medida de nuestras circunstancias la lengua heredada o impuesta.

 

Rama continúa su razonamiento diciendo que esa independencia de las letras hispánicas  ha llevado a que la originalidad de la literatura latinoamericana esté en su afán internacionalista, el cual enmascara otra fuente nutricia: la peculiaridad desarrollada en lo interior, que no es obra única de sus elites literarias sino del esfuerzo ingente de vastas sociedades construyendo sus lenguajes simbólicos. ¿Cómo podríamos identificar, dentro de la cultura uruguaya, ese afán internacionalista y esos lenguajes simbólicos construidos por la sociedad?

 

Supongo que poniendo como ejemplo la obra de algunos de los creadores uruguayos que han incorporado elementos universales a sus lenguajes y miradas, a sus interpretaciones de la condición humana (individual o colectiva) nacidas desde un ámbito concreto: el Uruguay. Nombrar, entonces, las escrituras de Onetti, Armonía Somers, Felisberto Hernández o, entre otros, Horacio Quiroga, ya sería suficiente.

Si tuviéramos que abordar el asunto analizando los resortes de cada tema, vale decir, cómo surge el afán internacionalista, o cuáles son las raíces de los símbolos de la identidad uruguaya, nos extenderíamos más de la cuenta en la entrevista.

 

Ángel Rama hace una precisión importante: “Las obras literarias no están fuera de las culturas sino que las coronan y en la medida en que esas culturas son invenciones seculares y multitudinarias hacen del escritor un productor que trabaja las obras de innumerables hombres. Un recopilador, hubiera dicho Roa bastos”. Con este aserto Rama da al traste con la idea del arte por el arte y del creador genial encerrado en su torre de marfil. ¿Qué piensas de estas dos últimas ideas (el arte por el arte y el creador genial en su torre) que hoy parecen haber cobrado cierto ímpetu?

 

Aunque hablemos de un mismo individuo (ser humano que escribe), me interesa diferenciar en él la vertiente del creador, al que sólo le pido que haga bien su trabajo (lo haga en una torre o en el banco de una plaza pública), y la del ciudadano, que ha surgido dentro de una comunidad, con la cual convive e intercambia vivencias, proyectos, problemas, desafíos.

En primera instancia, el que actúa sobre las transformaciones sociales, el que se implica en la vida de su pueblo y en el exterior es el ciudadano. El autor se compromete con su literatura y bajo un detalle decisivo: la publique o no (permítaseme encomendarme a San Kakfa).

 La escritura individual, entendida como acto íntimo, está al alcance de cualquiera que desee hacerla, sólo se requiere gramática y las apetencias o urgencias del caso. En este sentido todo ciudadano puede llenar páginas a su entera libertad.

 La pulsión literaria, estrictamente literaria, trae otras condicionantes, una manera de vivir las letras que, contrastando perfiles, es lo que diferencia al ciudadano que escribe para ponerse una etiqueta pública, un puesto en el mercado, una escarapela en el espejo, una orejita coqueteadora de aplausos, de aquel otro que entiende y asume a las palabras como una honda respiración a través de sus días.

 Es evidente que un escritor de fondo, como cualquier persona, también tiene libertad de escritura y se nutre de muchísimas fuentes en común, pero a la hora de compartir sus letras con los demás suele hacerlo con un respeto y rigor lamentablemente inusuales a la mayoría de sus vecinos.

 Está bien esa calificación bajo el decir de Roa: escritor como “recopilador”. Se escribe desde esa perspectiva en las variantes que mencionábamos. Nadie se expresa sin haber aprendido un lenguaje, sin haber sido marcado por un tiempo, una tribu, unas líneas de comportamiento, esa suma que algunos llaman destino.

 

 Si el escritor no es más que un recopilador de todos los elementos que la sociedad y otros autores le han entregado sería fácil establecer la calidad de una obra. La misma vendría definida por criterios anteriores. Incluso sería también fácil valorar la obra que trata de romper con esos criterios establecidos. ¿Por qué se da con tanta frecuencia la discusión sobre la calidad en la cultura uruguaya?

En la cultura uruguaya se discute demasiado. Es lo más fácil para evitar las acciones puntales, la incidencia en lo concreto, reconocer categórica y rotundamente (sin descuidar matices) qué está bien o mal hecho. Así nos ha ido en la joven historieta nacional.

Advertía el viejo refrán español: “en río revuelto, ganancia de pescadores”. Y en nuestro pequeño país se ha cultivado con excesiva frecuencia el lujo peligroso de las confusiones “porque sí”, el rechazo sordo y sistemático, los ninguneos, el enanismo anímico, el acomodo público y toda ilusión que tenga pista a largo plazo. Lujo, decía, de unos pocos pescadores, tan adictos al maquillaje y la prestidigitación, que no es extraño encontrarlos escondidos, dirigiendo el tráfico de la mediocridad.

 Pero no le demos ventajas a los negativistas, felizmente existen obras que tienen calidad incuestionable. Y hubieron y hay compatriotas de sólida dignidad, gente muy talentosa.

Entre otros hábitos, nos falta una implacable, sana costumbre autocrítica y, desde luego, una crítica panorámica, con buenos fundamentos, para trabajar con alcance y precisión cada etapa histórica de nuestra cultura y las personas, movimientos y mecanismos que la generaron.

A partir de allí no inquietará tanto hablar de “calidad”, todo lo contrario, empezará a ser un objetivo corriente en toda empresa.

 

En “Crítica y ficción” Ricardo Piglia sostiene: “Por supuesto no existe ninguna relación entre calidad literaria y consagración crítica o éxito de público. La calidad literaria es algo tan raro y difícil de encontrar que nos hemos acostumbrado a buscarla allí donde la crítica y el mercado niegan los textos o los silencian”. En Uruguay hay un amplio sector (en el que podemos encontrar hasta gente de izquierdas) que piensa diferente. ¿Cuál es tu posición al respecto?

Ya he dejado aproximaciones al asunto. De todos modos el conflicto que aparece entre “obra de calidad y éxito de público” viene dado, como bien sabemos, por la filosofía mercantilista, para la cual la fórmula “muy accesible a las masas” equivale a ventas seguras. No siempre es así, pero ahí están los resultados que confirman con números esa postura.

Yo creo que tienen mucho que ver las políticas editoriales. Si hubiera buenos comités de lectura, eficaces profesionales del diseño gráfico y la impresión y una muy aceitada maquinaria de publicidad, sin ninguna duda los lectores accederían a productos valiosos, de garantizada calidad.

No obstante, dentro de una economía tan dañada como la uruguaya, donde los tirajes son pequeños y por consiguiente caros, aunque las obras fueran excelentes estarían alejadas del bolsillo popular.

Si armamos una escala para llegar a los buenos libros, primero el lector debe resolver sus problemas personales (alimentación, empleo, tiempo disponible, nivel cultural, etc.), luego tener a mano las ediciones, y finalmente el criterio para sacarles provecho, compartirlas y comentarlas con otros lectores. En Uruguay y en numerosos países la mayor parte de la población ni siquiera llega con alguna solvencia al primer peldaño.

 

 Las semblanzas de Fernández Retamar aparecidas en Malabia me hacen pensar que en la mitad del siglo pasado había una conexión más fuerte entre los escritores de un mismo idioma, e incluso entre quienes no lo eran. Esa relación incluía críticas duras y abiertas y no pocos conflictos. Hoy los autores parecen alejados entre sí, como si su única relación importante fuera con las editoriales que les publican (o no). Incluso en las organizaciones de escritores se trata de evitar discutir sobre literatura. ¿A qué crees que se debe?

Se vive en otro tiempo, hay nuevas exigencias y nuevas formas de miseria. En las grandes ciudades predomina y se multiplica el aislamiento, como se multiplica la información y el fraude, el aturdimiento y el estrés.

Debido a esa necesidad de roles con la que los seres humanos han cubierto sus vacíos siglo tras siglo, no pocas personas que hoy día se presentan como escritores son simples integrantes de un coro de ecos, a quienes les horrorizaría ver cuestionada su condición impostora, su fragilidad, su caprichosa inconsciencia.

Por eso les resulta más narcotizante no discutir, acurrucarse en el disfraz, girar las alitas de plástico hacia el viento más conveniente.

 

Durante los años sesenta, a consecuencia de la polémica sobre el arte popular se llegó a una discusión entre dos posiciones: ¿debe el autor rebajar el nivel de su obra para hacerla entendible a amplias capas de la población o debe desentenderse de ese problema y crear sin tenerlo en cuenta? Cortázar decía que bajar el nivel de la creación sería un paternalismo intolerable. La posición contraria llega hasta nuestros días: hace poco un escritor opinaba que se debía buscar llegar al lector de cualquier forma (y lo proponía como una herramienta más dentro del combate contra la globalización de la cultura). ¿Qué opinas?

El autor debe escribir de acuerdo a sus propias pautas, a lo que le exija su proyecto creativo, éste le señalará qué rutas explorar, las alturas o profundidades, los riesgos y problemas a resolver. El primer lector será él, muchas veces el único lector. Si pone o no lo mejor de sí, si se engaña o engaña al prójimo, será reflejo de su voluntad y conciencia. En todo caso ganaremos o perderemos todos. Buscar aquí un empate no sirve, para eso es mejor el silencio.

Pienso que el listón tiene que estar más arriba de la frente del que escribe, de lo contrario será un ejercicio vano.

 El que originalmente tiene la obligación de elevar el nivel cultural de la población es el Ministerio de Educación y Cultura. Que para eso pagamos impuestos. Y luego aportamos libros.

 

Creo que toda la polémica anterior nos lleva directamente al fenómeno del realismo. Saer opinaba: “…la concepción lineal del realismo clásico me parece que no es operatoria en nuestra época, donde sabemos que hay una gran complejidad en las relaciones del hombre con el mundo”. ¿Debemos seguir intentando “mostrar” la realidad o continuar en la búsqueda de nuevas formas?

No tengo la menor idea del sentido último de lo que con tanta ligereza la gente llama “realidad”. Yo estoy aquí, todavía. Intento emplear las palabras a la usanza del murciélago con los sonidos. Que las palabras vayan y vuelvan trayendo las sensaciones que encontraron en sus trayectos. Que sirvan para orientarnos en la noche. Que nos permitan seguir juntos, buscando lo que no conocemos y sin embargo anhelamos como meta a los innumerables esfuerzos y fatigas de nuestra naturaleza.

Algo hemos conseguido en la lucha con las penumbras. Si alguna vez salimos de las cavernas es porque no nos quedamos dibujando sólo siervos o bisontes en las piedras.

 

Publicada en la Revista Malabia / Nº 15

Barcelona / Montevideo / La Plata

Agosto 2005

www.revistamalabia.com

  1. / sitio oficial: www.hrosales.com