La aceptación del riesgo en la escritura de Federico Nogara

Revista Errantes Barcelona (1998)

¿Cuándo empezaste a escribir?

Empecé en mi juventud escribiendo poemas, que consideré bastante malos, seguí con algunos relatos y hasta me atreví con una novela de ciento y pico de páginas que terminé quemando. Entre mis amigos era yo el que escribía las cartas de amor. Después continué haciéndolo de forma intermitente hasta que me presenté a un concurso de relatos organizado por la Casa de Uruguay de Barcelona y resulté premiado. Al poco tiempo comencé a ir al Taller de Escritura de Zulema Moret en la Librería Proleg, lo que me permitió poner en orden mis ideas y contrastar mi trabajo con el de mis compañeras (era una librería feminista) y valorarlo.

 

¿Cómo nació Desencuentros y Búsquedas?

Cuando logro hacer coincidir lo que quiero decir con lo que digo, cuando descubro mi propio idioma. Ese es el fruto de un trabajo que no puedo precisar en el tiempo. El taller de escritura fue muy importante, me permitió unirme a la gente y concretar.

 

¿Cómo surgen tus relatos?

Del inconformismo con el sistema. Escribo contra lo establecido. En este libro puse toda la carne en el asador y creo que me pasé. Quise decir muchas cosas a riesgo de no ser entendido. Ahora me gustaría escribir para que me entendieran chicos de 20 años. Yo me siento muy ecléctico en literatura, no sigo una línea definida.

 

¿Te impones un ritmo de trabajo?

Yo diría que una forma de escribir. Creo, como Buckowski, que hay que dejar los escritos unos 10 o 12 días y luego leerlas, y también como García Márquez, que un escritor no vale por lo que escribe sino por las hojas que rompe. Trabajo con varios diccionarios y sin buscar situaciones especiales. Uno debe poder escribir en cualquier sitio.

 

¿Qué escritores te han influido?

Soy un gran admirador de la literatura norteamericana: Whitman, Baldwin, Hemingway, Faulkner, Dos Passos. Creo que vivir casi diez años en Australia me influyó mucho en el sentido del conocimiento de la cultura anglosajona. De la latinoamericana, Cortázar, Jorge Amado. Rulfo y de Uruguay Onetti y muchos otros y otras.

¿Qué cuentos recordás especialmente?

«Los asesinos» de Hemingway, «Otra vuelta de tuerca» de Henry James, los cuantos de Borges.

¿Cuáles dirían que son los temas que trascienden en tus relatos?

La soledad, la muerte, lo que debemos ser o no, la confusión, la debilidad del ser humano en una sociedad que le es hostil. En último término, estamos condenados a vivir. Asumir ese riesgo comporta un peligro y eso es lo único que tenemos. Esa es la grandeza del ser humano. En último término estamos condenados a la búsqueda y a la soledad. Yo dedico el libro a mi compañera, Martha Giordano, y a mi madre, dos personas en las que he logrado encontrar el amor.

En tus cuentos, la atmósfera nos atrapa. En ocasiones, cumplen el requisito de un final sorprendente y en otras el texto se justifica en el goce de la lectura, el lector ha sido arrastrado a un mundo donde la aventura es la travesía en la que se va construyendo la historia y no su conclusión. ¿Como logras esa complicidad?

Es cierto. Hay cuentos en los que no se puede plantear finales. Los personajes son citados y aparecen como fogonazos en el horizonte de uno. Me interesaba plasmar lo que sucedía, constatar que eso ocurra, pero tal vez responda a la naturaleza de mi escritura y no a una técnica buscada. En mis relatos hay una mezcla de lo consciente y de lo inconsciente. Las cosas pasan, son curiosas y su lógica es relativa. Todo está sujeto con alfileres, como la existencia. A mí me gustaría que el lector estuviera muy seguro de sí mismo, convencido de que puede cambiar su vida. Las civilizaciones antiguas tenían muy claro que vamos amorir todos. Pese a todas las reserva, hay que jugarse por vivir, hoy más que nunca.

Mónica Cano