Regreso al desconcierto

Federico Nogara

El día de Sant Jordi alguien me preguntaba, enterado de la publicación de mi libro, si se trataba de una historia de mi país. Más allá de la sorpresa que me causó la pregunta (parece que los latinoamericanos sólo podemos escribir historias sobre América latina) la anécdota me remitió al tema de la identidad. Es cierto que todo escritor posee, como los demás sujetos de su comunidad, unos rasgos personales que lo diferencian de los escritores de otras comunidades. Pero este fenómeno de la identidad no encajona al autor metiéndolo en un compartimento estanco. Por el contrario, el escritor inventa su propia lengua, sus códigos, su modo de expresión, que generalmente no tienen nada que ver con lo que le recomienda el mercado de ese medio en el que se mueve. “Uno habla su propia lengua pero siempre escribe en un idioma extranjero” decía Sartre al respecto. El escritor no representa a su comunidad, se representa a sí mismo, y al hacerlo nos representa a todos, porque escribe de nosotros en su idioma extraño. La singularidad de origen no está reñida con la universalidad. A este respecto decía Saer: “Lo importante del Ulises de Joyce no es que hable de Dublín. Lo importante es que habla de mí

La búsqueda de afirmación de una identidad aparece cuando esa identidad se opone a una cultura dominante.

En la literatura mundial hay, debido a factores sociales históricos, una jerarquía, un centro y una periferia. El ciudadano normal tiende a no prestar atención a este fenómeno, que el actual proceso de globalización propende a profundizar, tratando de liquidar las literaturas periféricas en beneficio del predominio de una sola literatura basada en el mercado. Este proceso, de triunfar, dejaría a la verdadera literatura convertida en residual.

Ese centro al que me refiero siempre tuvo que ver con el poder económico y político, es la metrópoli. Su literatura, por lo tanto, está ligada al progreso y es la suma de valores que atesora una sociedad realizada, una sociedad que se impone. Los escritores del centro se convierten rapidamente en clásicos, porque escriben y dicen lo que la sociedad quiere leer y oír.

La verdadera literatura ha surgido de la periferia, de los márgenes, y de los escritores del centro que escriben contra su tradición literaria, buscando replantearla y crear algo nuevo. Es la vanguardia, es Baudelaire, es Rimbaud, es Proust (elijo como ejemplo a escritores de ese centro por excelencia que ha sido Francia).

Quiero decir que la verdadera literatura nace como parte de un complot contra el poder.

Dice el escritor y crítico argentino Ricardo Piglia ayudándome a sintetizar: “La conciencia artística y la conciencia revolucionaria se identifican por su negatividad, por su rechazo del realismo y del sentido común liberal, por el carácter anticapitalista de su práctica. Rimbaud en las barricadas de la comuna: allí se sintetiza el imaginario de la vanguardia. La ruptura de la tradición conformista del escritor progresista y sensato es el lugar donde convergen experiencias tan disímiles como las de Bertold Brecht y Ezra Pound”.

En el siglo XX hubo dos escritores periféricos fundamentales en la revolución de la escritura: William Faulkner y James Joyce. Ambos influyeron en la literatura mundial, pero de manera notable, sobre todo Faulkner, en la latinoamericana. Hay rastros muy visibles de este autor en cantidad de escritores, pero nombro sólo a dos, García Márquez y Onetti. El coronel que espera el giro de la pensión mientras sueña con los tiempos idos y los viejos valores en el famoso cuento de Márquez, está íntimamente ligado a los Sartoris y los Snopes, las familias de la saga de Faulkner, que se movían en la nostalgia por esos viejos valores y su horror por la sociedad basada en el dinero que comenzaba a abrirse paso. En Onetti se aprecia el estilo de Faulkner. El narrador, al igual que en Faulkner, parece no entender demasiado bien lo que narra, y el tono de la prosa es el que determina la trama y no al revés.

Aclaro que siempre se colocó a Faulkner como un autor periférico, pese a ser norteamericano, porque era del Sur y se mantuvo al margen de la gran literatura de EEUU que se desarrollaba en el Este. Baste decir que se hizo famoso en Europa porque fue descubierto por Sartre.

¿Por qué he transitado por este camino en la presentación de mi libro? Porque considero que todo el que escribe debe situarse claramente en relación a la literatura, tanto en relación a la situación general de esa literatura como a los autores a los cuales se remite. Yo no creo que escribir sea obra de genios y tampoco creo en el arte puro. Sartre decía que el purismo estético es un invento de los burgueses del siglo XIX, que preferían ser denunciados como filisteos antes que como explotadores. Tampoco creo que haya arte sin teoría. Quien se expresa en cualquiera de las ramas del arte es porque quiere decir algo.

Y a esta altura me gustaría referirme a lo que quiero decir. Opino, en primer lugar, que mi libro es un libro social. Decir esto es peligroso, porque se tiene la errónea idea de que cuando un latinoamericano dice social quiere decir denuncia. Tengo claro que vivimos en un mundo horrible, en sociedades llenas de gente solitaria, con múltiples problemas, enferma, y encima aguantamos guerras continuas. Esto ya avalaría la denuncia. Pero introducir la realidad dentro de la ficción nos remitiría a los años 50 y 60 del siglo pasado, cuando faltaba información y había que explicarle a los lectores lo que pasaba en muchos países. Hoy en día, teniendo en cuenta el gran poder de los medios de comunicación, cualquier ciudadano conoce más o menos bien la situación real del mundo. Por lo que creo que a esta altura de la historia la literatura social no debe introducir la realidad dentro de la ficción sino al contrario, la ficción dentro de la realidad. Me explico. Un libro sobre los desaparecidos en la Argentina no precisa contarnos el horror de las detenciones y las torturas (ya lo conocemos de sobra) sino explicarnos cómo se pudo llegar, en un país como la Argentina, a semejante horror, cuáles fueron los mecanismos que posibilitaron la desgracia y de qué manera fue afectada la población en su vida normal. Creo que las últimas películas del cine argentino van en esa línea. Mi libro trata de ser social desde ese punto de vista. Hay, en la primera parte, llamada Las seguridades engañosas, una serie de personajes que se mueven en lo que podría ser el Norte, ese lugar de la literatura central, buscando existir, durar, estar y persiguiendo el amor en su versión más clásica. Esos personajes paradigmáticos se vuelven humanos en la segunda parte, cuando entran en el desconcierto de la mano del protagonista. Y son humanos al enfrentar su fracaso, esa derrota que se torna victoria dentro de la búsqueda, en el  desconcierto  desconcierto. Pienso que la búsqueda es el centro del relato y la consecuencia natural de esa búsqueda, el desconcierto, el futuro o el presente de todos los buscadores, pasa a ser la antesala de la lucidez, o al menos eso espero.

Quisiera referirme a un personaje que aparece poco pero es fundamental: el padre del protagonista. Este hombre es un ex preso político, un exiliado. Lo imaginé así para que marcara con más nitidez la diferencia entre dos épocas, para que hiciera más profundo el desconcierto del protagonista. El padre, pese a sus idas y venidas, tenía las cosas claras, había luchado para cambiar el mundo, su existencia personal, su vida privada, habían estado en relación con su lucha. El exilio lo termina hundiendo a él también en el desconcierto, pero es un personaje que ha vivido de acuerdo a una filosofía, con una meta concreta. Su hijo, en cambio, va dando palos de ciego, tratando de entender y siente a su padre como una referencia constante.

Para terminar quisiera explicar por qué escribí las dos partes del libro en forma diferente, la primera como relato continuo y la segunda como una serie de relatos cortos cada uno con un con título pero que mantienen la hilación de la historia. Yo veo la vida en las sociedades del primer mundo, las centrales, como una línea, con una continuidad. En cambio, cuando viajo al tercer mundo, al periférico, al de la revuelta, percibo la sociedad como un caos completo y constato que se vive sin saber si al otro día se va a comer, si al otro día se va a tener trabajo, esperando siempre una sorpresa o un milagro. Son sociedades discontinuas, fracturadas. Quizás por eso tenga allí tanta popularidad el cuento corto, el relato breve. Pero eso sería material para otra historia.